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21 junio, 2023

JUAN MANUEL DE PRADA, TRADICIÓN E IDEOLOGÍAS

 

       De nuevo me siento obligado, tras una entrevista que le hacen con motivo de su colección de artículos Enmienda a la totalidad, a plantear algunas enmiendas a Juan Manuel de Prada. En mi caso se trata tan sólo de enmiendas parciales.

1. Dice Juan Manuel de Prada que el pensamiento tradicional es la alternativa, la única, a las perversas ideologías modernas. Habría que preguntarle de qué tradición se trata o qué es lo que defiende en concreto, pues no hay una única tradición monolítica, como parece suponer, sino que se dan de hecho muchas tradiciones, que fluyen y se renuevan en el tiempo, que se influyen y configuran mutuamente. Mi pregunta no deja de ser retórica, es cierto. Pues todos sabemos que él se refiere a la tradición católica entendida al modo más rancio, al margen de las últimas renovaciones de dicha tradición, fundamentalmente el concilio Vaticano II. Lo que él defiende es lo que defiende un sector de la Iglesia, que no es toda la Iglesia, aparte de haber en nuestro mundo otras tradiciones cristianas y además tradiciones no cristianas, juntamente con la filosofía occidental, que es otra tradición, y otras tradiciones culturales o de pensamiento. El caso es que cualquier tradición que uno defienda, pensando que en ella está la verdad íntegra o la salvación de la humanidad, tendrá que ser articulada, para que se ofrezca realmente a todos como una opción, en forma de una corriente organizada, de un partido político, de un sistema de ideas, en definitiva, de una “ideología”. El conservadurismo es también una ideología, una nueva ideología que se erige frente al progresismo. Los primeros “conservadores” surgieron tras la Revolución francesa, no antes. Antes no tenían que defender su tradición, pero cuando hubieron de defenderla (a la fuerza ahorcan), se vieron obligados a reflexionar, a escribir y a organizarse, como previamente habían hecho los progresistas. El conservadurismo es siempre una “reacción”. No es algo “original” o “natural”. Y con mayor razón es “ideología” el fascismo, que apareció históricamente como una reacción frente al comunismo, tras la Revolución soviética. Y el “fascismo” se ha definido como una “revolución conservadora” (Barbara Godwin). Los fascistas imitan a los comunistas en ese afán revolucionario, pues no quieren “conservar” lo que hay, quieren subvertir y crear una nueva sociedad, de acuerdo con lo que ellos imaginan que fue aquella sociedad del pasado a la que idealizan. Y los fascistas desprecian a los conservadores, a los que acusan de débiles, de aceptar al final los cambios introducidos por la izquierda, de no tener realmente una alternativa al sistema. El fascismo, como el comunismo, ha utilizado la violencia para instalarse en el poder, y cuando se ha convertido en régimen imperante ha protagonizado, como el comunismo, una espantosa represión de los disidentes. Es verdad que hoy se utiliza la palabra “fascista” como un insulto, y se aplica sin discernimiento a cualquiera que no comulgue con la izquierda que domina culturalmente, pero el fascismo ha existido, y ahora, en todos los países de Europa, hay partidos que bien pueden calificarse como “fascistas” o muy cercanos cuando menos. De modo que no se haga ilusiones Prada pensando que está por encima de las ideologías. No hay la Tradición sin más. Hay diferentes tradiciones que, cuando quieren hacerse relevantes socialmente, se convierten también en “ideologías”.

2. Dice Prada que lo que está extendido en la cultura actual es un concepto nefasto de libertad, una libertad desligada de la verdad y de una naturaleza humana. Sostiene que la naturaleza humana es creada, dada, pertenece a un “orden del ser”. Tiene razón en esto. Pero carga las tintas de un modo erróneo al decir que esa naturaleza es “inalterable”. Es verdad que el ser humano, para utilizar la terminología que en su día hizo popular Sartre, no es el “être-pour-soi”, la pura libertad o indeterminación, pero tampoco es el “être-en-soi”, pura pasividad o inercia. Ni el hombre es pura libertad, error de nuestra época, ni tampoco pura naturaleza. El hombre es “naturaleza libre”, lo que implica que, dentro de una base dada, contando con unos límites, sí puede desarrollarse, sí es maleable en alguna medida, sí tiene un margen para la autodeterminación. Precisamente lo mejor de la tradición católica ha defendido esto, cuando ha señalado que el ser humano es “imagen de Dios”. Dios es creador y el ser humano, a su imagen, es “creativo”, tiene posibilidades inexploradas.

3. Dice Juan Manuel de Prada que la autodeterminación humana que hoy tanto se exalta lleva a que cada uno pueda construir su autobiografía y que una consecuencia de esto es la abominable autodeterminación colectiva, aquella que promueven los nacionalismos periféricos en España. Ahora bien, desde lo antes expuesto, no se puede negar que cada uno puede construir su autobiografía, aprovechando las circunstancias en las que se encuentra y modelando sus propias capacidades. Tampoco se puede negar que existe la autodeterminación colectiva, pues las “naciones” son en última instancia el producto de un consenso histórico (no ciertamente el producto de un frágil consenso tras unas elecciones muy disputadas). Pero las naciones no son eternas. Se puede ver en la historia cómo nacen, crecen, a veces se reproducen, y también mueren. Las naciones sostienen a los individuos en su vida, pero tampoco son nada sin su consentimiento. Y una injusticia secular que no reconoce las peculiaridades de una colectividad minoritaria puede encontrarse con una legítima reacción de esa misma colectividad, organizada ahora en determinados partidos (nacionalistas) que buscan un nuevo estatus.

4. Arremete Prada contra los conservadores, diciendo que son contrarios al pensamiento tradicional, porque siempre terminan “conservando” los logros introducidos por los progresistas. Este desprecio a los conservadores, a los que se acusa de cobardes y de contemporizadores, es ya muy viejo. En este sentido, dice él que el conservador típico es un “fantoche”. En cambio, creo yo que se puede ver la labor de los conservadores como necesaria, la labor prudencial del que selecciona los cambios, o los modera, eliminando sus aspectos destructivos. En realidad, la tradición funciona siempre de esta manera, haciendo permanentemente una criba, y está lejos de ser simplemente mantenedora y esclerotizadora de lo dado, como se ocupó de explicar la hermenéutica de Gadamer. Es lo que también decía Balmes: “no queréis revoluciones, haced evoluciones”.

5. Dice Prada que la “democracia” no es más que una forma de gobierno, entre otras, según los regímenes que se han distinguido desde Aristóteles: monarquía, aristocracia, democracia, etc. Y que lo que importa es utilizar el mejor medio, según las circunstancias, para perseguir el “bien común”. Totalmente de acuerdo. Lo que ocurre es que, para concretar en un momento dado de la historia, en el nuestro, lo que implica el “bien común”, no parece que la “democracia” como procedimiento tenga una verdadera alternativa. Lo mejor, para organizar una sociedad, es el consenso, un acuerdo pactado. Si no se puede conseguir tal cosa, es preferible la imposición de una mayoría numérica a la imposición de una minoría numérica de la población. A no ser que esa minoría pudiera demostrar que es realmente superior. Pero eso es lo que hoy en día difícilmente se demostraría, pues no hay una clase social, una élite, que sea de una naturaleza esencialmente superior al resto de los humanos. En cambio – volvemos a lo mismo de antes – lo que sí hay es diferentes ideologías, desgraciadamente contrapuestas entre ellas, y organizadas en partidos que luchan por el poder.

6. Defiende Prada el auténtico patriotismo como lucha por el bien común del propio país. Dice que la “nación soberana” de los liberales es una “aberración”. Cierto. Pero creo que los enemigos de los nacionalismos periféricos en España, como el mismo Prada, no han reparado en que los argumentos que emplean contra esos nacionalismos pueden volverse en contra de la nación que ellos defienden, que sería España, para ellos indiscutible. Es verdad que “conseguir la independencia” crearía más tensiones y problemas que los que presuntamente se solucionarían. Pienso que el objetivo realista no es ése sino “manejar la dependencia” y beneficiarnos de ella, pues ningún territorio o país es realmente independiente. Ahora más que nunca la dependencia es universal. El bien común que se debe perseguir no es en última instancia el de una nación pequeña como Cataluña ni tampoco el de otra tan sólo un poco más grande como España, sino el bien común universal, aplicando simultáneamente el otro gran principio del orden social, el de subsidiaridad, que ya expliqué en un trabajo anterior. Según este otro principio, complementario del principio del bien común, lo que pueden hacer las entidades inferiores no tienen por qué hacerlo las superiores (de mayor extensión).

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