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02 noviembre, 2022

ALMINARES DE MARRUECOS

Me fascinan las torres de edificios religiosos, sean éstos iglesias, mezquitas u otro tipo de construcción. Su verticalidad remite al cielo, donde tradicionalmente, según la cosmovisión de diferentes religiones proféticas, habitaría la divinidad omnisciente que todo lo controla. En lo alto de una torre, uno parece hallarse, según ese esquema espacial, más cerca de la divinidad, y también, por lo mismo, más lejos de la mezquindad, de las miserias humanas. Se juntan por tanto, en la contemplación de una torre o cuando contemplamos desde ella, dos evocaciones, la del acercamiento a lo divino y la del alejamiento del mal de esta tierra. Si tenemos que resumir con una sola palabra ambas evocaciones, diremos que una torre sugiere la idea de santidad. Y aún una sugerencia más: la belleza de estas construcciones es expresión de la belleza suprema, belleza de la que participan en mayor o menor medida los seres de este mundo.


Viajando en su momento por Marruecos, me encontré con varios alminares de mezquitas que me impactaron, precisamente, por su belleza. La excelsa torre Koutoubía de Marrakech, de la época almohade. La inconclusa torre de Hassan en Rabat, de la misma época. Podemos recordar que el otro gran alminar de esta etapa del arte musulmán se encuentra en Sevilla. Es el que ahora, con añadiduras cristianas, se llama Giralda y forma parte de la catedral de la metrópoli andaluza. Y otra torre importante, ésta más cercana en el tiempo, es la que pertenece a la mezquita de Hassán II en Casablanca, finalizada en 1993. Se sitúa junto al mar y destaca por sus enormes dimensiones, 200 metros de alto. También es reseñable el hecho de que la estructura interior de la mezquita es semejante a la de una catedral católica, con tres naves. Con ello se quiso dar un valor ecuménico al conjunto del edificio.   



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