Gran obra la película Un dios prohibido, dirigida en 2013 por Pablo Moreno. Trata del martirio de 41 seminaristas claretianos y de otros religiosos y seglares, asesinados todos ellos al comienzo de la guerra civil en la localidad de Barbastro (Huesca). Se cuentan las últimas semanas de su vida en el marco de la situación del pueblo, que se hallaba controlado en aquel momento por las milicias anarquistas de la CNT. Cuando hablamos de “martirio” no hablamos de una situación extrema en que unos fanáticos pudieran encontrarse porque ellos se la han buscado, situación que pudiera estar acompañada de detalles escabrosos sobre muertes y torturas, situación más propia de otras épocas… No, sino que hablamos de algo esencial a la vida cristiana, vida que es identificación con Jesucristo y “testimonio” de él ante los demás, mediante obras y palabras. Este “testimonio” o “martirio” es para vivir todos los días de la vida. Ahora bien, pudiera este testimonio de largo aliento concluir, ciertamente, en una muerte violenta, cuando la oposición al bien termina por solidificar en personas, grupos o instituciones que están dispuestas a infligir la muerte a los discípulos de Cristo por el hecho de serlo. Y cuando en esa situación extrema de enfrentamiento, aceptar la muerte (que no suicidarse) es ya la única manera de seguir viviendo con dignidad, es entonces cuando se consuma el “martirio”, que ahora lo es ya en el sentido coloquial del término. El verdadero discípulo de Cristo provoca oposición y esta misma oposición es signo precisamente de su autenticidad. Y esta historia de oposición llega hasta hoy mismo…
En definitiva, es el odio que se enfrenta al amor y el amor que vence al odio. Cuando hablo de “amor” y de “odio” no me refiero a dos grupos perfectamente identificados, de modo que unos son los que odian y otros, sus oponentes, los que aman, una historia simple y caricaturesca de buenos y malos. En realidad, los que aman, aun habiendo hecho ya su opción fundamental, son continuamente tentados y en ello mismo purificados o perfeccionados. También pudieran caer e incluso están a punto de ello. Por otro lado, sus perseguidores, aun contando con su inicial dureza de corazón, por la impresionante fortaleza de los primeros, pueden llegar a sentirse conmovidos y replantearse su actitud. También los que son odiados llegan a preguntarse por qué son objeto de semejante animadversión y a veces se percibe al menos un inicio de autocrítica en ellos. Todos estos sentimientos y procesos mentales, de unos y de otros, aparecen magníficamente dramatizados en la película.
Esta obra nos invita a pensar, más allá de situaciones históricas concretas (conocidas y recordadas con pasión por muchos de nuestros conciudadanos españoles), en el sentido de la vida. Cuando una vida se vive en coherencia o en fidelidad a una idea o a una persona, esa vida, al final, resulta fecunda. Además, por lo mismo, impacta en los demás. Sólo una persona coherente puede ser influyente para el bien (ahora que hay tantos “influencers” que quieren vendernos cosas innecesarias). Y una vida que no se entrega, se pierde. Y si uno vive con dignidad perseverante, la muerte será la corona de esa perseverancia, aunque sea una muerte anodina en un hospital por una pandemia de Covid. Ahora bien, en determinadas circunstancias históricas, la misma vida nos exigirá convertir nuestra muerte, inevitable de todos modos, en el testimonio supremo y radical de lo mismo que hemos vivido. La muerte, así, se presenta como una prueba a superar, la última y definitiva, prueba que, como todas las pruebas, también implica la posibilidad del fracaso.
Esta es mi lectura de la película. Sé de sobra que otra lectura es posible, la de quienes la podrían utilizar como arma arrojadiza en contra de enemigos políticos actuales, la de quienes ven a los asesinos del pasado (los que han muerto ya, lo mismo que sus víctimas) como aquellos que han precedido a los que son ahora sus mismos vecinos pero piensan diferente. “Vosotros sois los que fusilaban en el 36…” Parece mentira que se razone así, con tal ausencia de lógica y con tanto odio, haciendo una simple identificación entre los hombres del pasado que asesinaron y los contemporáneos a quienes se detesta. Resulta que los unos inculpan silenciosamente a los otros de esos crímenes del pasado y, además, los otros se dan por aludidos porque su reacción defensiva es siempre recordar a los oponentes los crímenes de ellos, y en ello se están autoinculpando… Unos y otros se hallan recluidos, pues, en el mismo esquema mental. Realmente penoso. En fin, que los mártires de Barbastro, que ya vencieron en la batalla, rueguen por nosotros, que aún estamos en la lucha (y aún vivimos en la ignorancia).