Estoy llegando ya a una especie de agobio viendo a tantos perros en nuestras ciudades. Vaya por delante mi convencimiento de que durante siglos se ha tratado mal a los animales, utilizados humanamente en los ámbitos del transporte, del trabajo, del ocio, de la guerra. También ha habido personas que han tenido una particular facilidad para entenderse con ellos, en la medida en que con ellos es posible interaccionar. Y en las últimas décadas se ha producido una concienciación a nivel colectivo y se han emprendido una serie de reformas legislativas tendentes a la protección de los animales, que veo en general positivas e incluso necesarias. No obstante, no deja de inquietarme el papel de progresivo protagonismo de las mascotas en la vida de tantas personas. Alguna gente piensa que, desde el punto de vista demográfico, los perros están sustituyendo a los niños, y que, desde el punto de vista psicológico, ellos proporcionan una sustitución de los afectos humanos, en que tan deficitarios andamos.
Un par de escenas vistas en la calle, este pasado fin de semana en Zaragoza, me llamaron la atención. Una vieja, de mirada perdida, llevando dos perritos en un coche de niño y otro más atado con una correa. Una mujer joven y guapa tumbada en medio de una acera, boca arriba, abrazando y acariciando a su chucho y diciéndole “te quiero”. ¿Es verdad que los perros dan lo que no dan las personas? Ciertamente, hay una diferencia esencial en el trato con animales y con personas. A las personas, por serlo, no se las puede dominar, ni a amigos, ni a parejas, ni a nadie. Cualquier persona posee una voluntad como la mía. Si me relaciono con ella sólo lo puede hacer sobre la base de un respeto (que implica una distancia), y con la perspectiva de una permanente negociación para determinar, de mutuo acuerdo al menos implícito, en qué va a consistir dicha relación, en qué términos se va a desarrollar… A otra persona no la puedo dominar. En cambio, los perros son dóciles, siempre están a mi servicio. Como decía Churchill, “dogs look up to us”. La relación entre dos polos humanos es costosa, implica renunciar a algo. Pero los perros nos sirven como esclavos. Y eso debe de ser satisfactorio. Se dice en ocasiones que los perros son más “fieles” que las personas. No creo yo que se pueda llamar "fidelidad" a aquello que responde a una costumbre y a un instinto. La fidelidad sólo es meritoria, y auténtica, cuando es de un humano libre que, por serlo, está continuamente tentado a lo contrario de la fidelidad.
Nota: la foto corresponde a un cementerio de perros, en la provincia de Alicante, en 2015.

