Ahora se oye mucho entre los jóvenes la expresión “en plan”, que en sí no tiene apenas significado, si bien uno comprende que es una derivación apocopada de “en plan de”, perífrasis preposicional que equivalía a decir que uno actúa “a la manera de…”. Así, por ejemplo, ir “en plan de padre” es mostrarse como si uno lo fuera. De todos modos, ahora, lo de “en plan” ha quedado como muletilla, como simple apoyo de la conversación, sin valor semántico real. La prueba que se puede hacer es eliminar en una locución coloquial todos los “en plan” y comprobar que el contenido queda igual. El “en plan” no añade nada…
De todos modos, no lo critico. Utilizamos las muletillas en la expresión oral ordinaria. Es normal y casi necesario, aunque ya se comprende que no hay que abusar de ellas, si queremos dar a nuestro hablar una mayor precisión y también riqueza. En cambio, hay otros dos usos del lenguaje actual que sí me preocupan, porque entiendo afectan a temas de contenido, temas que no dudaría en calificar de esenciales desde el punto de vista de la convivencia social. Me parecen auténticas degeneraciones del lenguaje. Porque no siempre el lenguaje evoluciona hacia lo mejor. Se trata de dos desplazamientos de significado: el uso de “perdona” como simple medio de llamar la atención de alguien y el uso de “escuchar” con el significado de “oír”.
El “perdón” es algo que se pide tras una “ofensa” y que se concede por el ofendido, o a veces no. Es algo muy serio. Cuesta mucho pedir perdón y cuesta mucho perdonar. Ahora bien, ambas cosas forman parte de la convivencia sana entre las personas. Donde hay relación entre las personas, por la falibilidad humana, hay necesidad de perdón. A veces del perdón se trata también a un nivel político, cuando ha habido casos de terrorismo o de represión estatal que han causado muchas víctimas y mucho sufrimiento. Si no estoy equivocado, también el “perdón” es una figura con relevancia jurídica, pues en determinados delitos, el “pedir perdón” posteriormente a la comisión podría tener como consecuencia una reducción de la pena, un indulto, etc. Entonces mi pregunta es: ante esta calificación de asunto antropológicamente importante, cómo puede ser que el “perdona” se use para dirigirse a una persona por la calle o a un camarero para pedirle un salero. A una persona a quien voy a preguntarle algo, en principio, no tengo que pedirle perdón por ello, pues como humano que es puedo presuponer que se alegra por entablar un contacto con otro humano. ¿O no? Una pregunta surge: ¿Podría pensarse que el pedir perdón simplemente por dirigirse a una persona sería un síntoma del empecinado individualismo en que nos encontramos, individualismo que nos llevaría a considerar inconscientemente que dirigirle la palabra es molestarle? Yo creo que preguntar algo o incluso comentar algo a un desconocido no es molestarle, en principio. A no ser que la otra persona esté ocupada en algo, por ejemplo, en una conversación con otra, en cuyo caso, ciertamente, estoy interrumpiendo… Y en tal caso sí tiene sentido pedir una “disculpa”, en cuanto puede producirse una molestia. Tal cosa se permitiría cuando yo tengo una necesidad de preguntar y no hay otra persona disponible para ayudarme. Y ¿por qué habría de decir “perdona” a un camarero o a un funcionario cuando lo que le pido es algo que le corresponde dar precisamente por el puesto en el que se encuentra? Otra cosa sería, para introducir la conversación, decir “por favor”, pues, aunque la otra persona esté obligada por su puesto a hacer determinada cosa, el “por favor” nos introduce en la vivencia de que los humanos nos ayudamos unos a otros, nos hacemos un don mutuo, fuera del trabajo y en el trabajo también. Y por eso mismo es importante, además, dar “gracias” siempre. En cambio, en estos contextos ordinarios, el “perdona” está fuera de lugar. ¿No será mejor dejarlo, con exclusividad, para esas ocasiones en que hacemos mal las cosas y eso afecta a los demás, lo que ocurre, por cierto, también con frecuencia?
El peligro es que si el “perdona” se extiende para cualquier uso, se vulgariza en este sentido, pierde entonces su valor originario, ese valor tan precioso. Se me dirá tal vez que no habría que darle tanta importancia, que cada palabra de nuestro lenguaje tiene una serie de acepciones de significado, unas más estrictas y otras desviadas en cuanto aquél se refiere a otro campo más específico, o se le da un uso metafórico. Casi todas las palabras de una lengua son así, ciertamente. Pero no conviene que las más importantes, como ésta, se usen para cosas demasiado diversas. Si uno está acostumbrado a decir “perdona” como muletilla, ¿qué habrá de decir cuando realmente haya de pedir perdón? Pues tendrá que usar muchas palabras para expresar lo que esta vez, por una excepción, quiere decir con “perdón” … Me acuerdo de aquella profunda canción que tenía como estribillo “una palabra basta si es perdón”. Esta frase está suponiendo que, en una situación difícil de superar, decir “perdón”, por lo que cuesta y por lo que implica de cambio personal cuando es sincera, es realmente eficaz, llega a la otra persona, a su corazón, para que ésta cambie su actitud y se libere del rencor, por ejemplo. Por eso digo que no se puede usar “perdón” para todo, porque entonces se trivializa, se devalúa.
También se usa hoy “perdona”, inapropiadamente, como introducción de una réplica a alguien dentro de una conversación o discusión. Cuando alguien quiere contradecir en el sentido de exponer otra opinión empieza diciendo “perdona”, en ocasiones con un cierto tono irónico o de desprecio. “Perdona… pero esto no es así sino de tal otra manera…” La discusión argumentativa, en bastantes ocasiones, crea tensión en las personas, porque de hecho nos hiere la contradicción de una opinión a la que estamos apegados, o nos causa indignación aquella opinión que nosotros combatimos. Ahora bien, una contradicción argumentativa no es una ofensa… sino una contribución, si es un intento bienintencionado, a la verdad. En una discusión que tiene como marco esa búsqueda de la verdad, he de aceptar cualquier aportación de otra persona y, a la vez, he de aportar lo mío con valentía y simultáneamente con humildad, con desprendimiento. Así que esto no tiene que ver con pedir perdón ni con perdonar. A no ser que realmente uno pida perdón, anticipadamente, cuando tiene la intención, quizá subconsciente, de humillar al otro. Pero una petición de perdón anticipada a una ofensa que se profiere es una mayúscula contradicción lógica. Se puede pedir perdón cuando uno se da cuenta, posteriormente, del daño infligido. Eso es lo normal. Pero es mucho más grave cuando uno, con plena consciencia, en el mismo momento, realiza una ofensa. Y en este caso, la misma expresión “perdona” con la que se introduce la ofensa forma parte de la ofensa. También puede uno arrepentirse después, por supuesto, pero de lo que se arrepentirá será ya de una ofensa deliberada, no de una ofensa involuntaria.
Y no voy a comentar ya mucho ese otro uso de “perdona” que llega a extremos adulterinos. Me refiero a esos casos en que antecede a los peores insultos dirigidos contra las personas: “perdona, pero eres un …”. O a esos casos en que el “perdona”, incluso, antecede a un acto criminal. En estos casos predomina la ironía, una ironía que se lleva a extremos deleznables, repulsivos. La palabra “perdona” significaría ya lo contrario de aquello para lo que fue creada. Deja de ser expresión de amor o un reconocimiento de la dignidad del otro, para convertirse en manifestación del odio.
Y paso ya al segundo caso que me preocupa: confundir “escuchar” con “oír”. Esta diferencia se da en todas las lenguas (o al menos en las más conocidas, las de nuestro entorno) y creo que es también esencial. En modo alguno son términos intercambiables. La diferencia que se da entre “oír” y “escuchar”, en el ámbito del oído, es la misma que se da entre el “ver” y el “mirar” en el ámbito de la vista. La diferencia, en ambos casos, implica ascender un grado en una escala, la que va entre el mero ejercicio pasivo de ese sentido fisiológico que simplemente funciona y su uso voluntario, intencional y concentrado. Nótese que tal gradación no se da en los verbos que se refieren a los otros tres sentidos corporales. En cuanto al sentido del olfato, sí hay en español una diferencia entre el “oler” como mera recepción y el “oler” como ejercicio intencional con vistas a captar algo que está en el aire. Pero la palabra es la misma, lo que indica que no es tan relevante la diferencia como para establecer dos palabras diferentes. Los verbos que se refieren a los otros dos sentidos serían “tocar” y “gustar”. También en ellos se podría distinguir, en su ejercicio real, cuándo es involuntario y cuándo voluntario. Pero, de nuevo, ese doble uso no es tan decisivo ni tan frecuente como para que sea necesario sostener dos términos. En cambio, los sentidos de la vista y del oído son los más importantes en cuanto fundamentan la parte abrumadoramente mayor de nuestro “conocimiento” del mundo. Son los que más nos abren al mundo y los que más nos impiden o dificultan ese acceso al mundo en el caso de que no funcionen bien. La “observación” en que se basa el conocimiento se apoya en buena parte en la vista y la transmisión de ese conocimiento mediante el lenguaje tiene que ver también con el oído, además de la vista que se utiliza para leer. Por eso en estos dos sentidos es mucho más relevante la distinción entre su uso pasivo, normal e indiferenciado y su uso voluntario y focalizado.
Si voy por la calle “veo” muchas cosas, y de un modo continuo, porque tengo los ojos abiertos. Ahora bien, sólo “miro” aquello que me interesa, aquello en lo que me detengo, aunque sea un segundo: un escaparate, una persona con un aspecto extraño o por el contrario atrayente, una persona que conozco y cuya atención quiero captar, etc. De un modo paralelo, “oigo” muchas cosas, cosas que no puedo dejar de oír porque no tengo los oídos obstruidos. Pero sólo “escucho” aquello que me interesa: un canto de pájaros que me llama la atención y aguzo el oído para identificar de qué ave se trata, unos altavoces que lanzan un mensaje que también quiero identificar, una persona que se dirige a mí y me habla. Que también pudiera darse el caso de que fuera una persona que conozco y de quien rehúyo el contacto: en ese caso “no lo escucho” porque no quiero, y sigo mi camino. Si llevo puestos unos auriculares es porque quiero “escuchar música” y mi voluntad es centrarme en eso, lo que implica que no quiero “oír” nada más, para mejor concentrarme. En conclusión, con todas las limitaciones de nuestra voluntad y de nuestra atención, el “escuchar” (como el “mirar”) es algo que yo ejerzo, mientras que el “oír” (como el “ver”) es algo que me viene.
Y ahora se ha extendido la costumbre de decir “escuchar” en lugar de “ver”. Quizá en el fondo se está considerando que “escuchar” es un término más culto, más fino o sofisticado, mientras que “oír” es más vulgar u ordinario. Más “ordinario” sí es, en el sentido que acabamos de referir, en cuanto que su ámbito de acción es más amplio, más general, más indistinto. Pero el problema no es ése: no se trata de una diferencia de nivel sociolingüístico en el uso del lenguaje sino de una distinción semántica entre dos términos que no hay que confundir. “Escuchar” es una acción importante para la persona. En definitiva, según aquello que escuche así iré formando mi personalidad, así iré construyendo mi vida. Alguien con personalidad, con una idea clara de lo que quiere hacer de su vida, sabe que, no teniendo todo el tiempo, sólo puede escuchar determinadas cosas, aquellas que decide previamente. Por eso es inapropiado usarla para simplemente expresar que la onda acústica llega a mi tímpano. “No te escucho” – se dice a veces cuando alguien tiene dificultad en saber lo que el otro le dice por teléfono o cuando el otro habla demasiado bajo. Ahora bien, eso es una cuestión de “oír” o “no oír”. Más tarde, si la audición se realiza normalmente, podrá ocurrir que mi escucha de esa persona sea mejor o peor. Si no pongo interés, si no me importa esa persona, entonces sí se puede decir que no la “escucho” realmente. Y la otra persona podrá quejarse de ello diciendo “no me estás escuchando”, y eso es un claro síntoma de deterioro de una relación humana. Muchas esposas, por ejemplo, amonestan a sus maridos por su falta de “escucha”, que es en el fondo un déficit de amor. Es verdad que yo escucho lo que me interesa y escucho a quien amo.
Con todo esto abandonamos el campo de la fisiología (campo en el que se sitúan los hoy muy abundantes centros auditivos) y estamos entrando ya en el terreno de la ética, al hablar de “interés” y de “amor”, lo que equivale a hablar de preferencias y de elecciones personales. Creo que no hace falta insistir mucho en que la “escucha” o “atención” es importante en la sociedad. ¿O sí hay que insistir, dada la carencia de la misma? Tendríamos que escucharnos mejor los amigos, los miembros de una familia, unos partidos con otros, aquellos que participan de diferentes visiones del mundo, etc. Si escucho al otro es porque estoy convencido de su valor intrínseco y de que tiene algo que aportarme. Si no lo escucho estoy tratándolo como una cosa sin dignidad. Cuando hay ese reconocimiento de la dignidad y hay amor, entonces es posible –pasamos ahora a la otra palabra– un perdón, un perdón que se pide y que se da. Una persona egoísta y autosuficiente ni escucha, ni pide perdón ni perdona. Así que nos encontramos aquí con dos elementos esenciales en una sociedad bien constituida.
Es por eso que mi reivindicación se refiere a no contaminar palabras tan importantes, es decir, reservarlas para aquello tan esencial para lo que han sido creadas. A veces pienso que, si hoy en día se están devaluando estas palabras en su uso, ello se hace por disimular su verdadero significado, porque quizá se está olvidando ese significado, porque no se está dispuesto a comprometerse con ellas. Reconozco que tal vez esta interpretación es exagerada, demasiado acomodaticia a mis concepciones previas… Pero sí hay que recordar al menos la importancia, la eficacia de nuestro lenguaje. Las palabras, en cuanto signos y como otro tipo de signos, no sólo expresan el interior, sino que también lo configuran, influyen en él. ¿Estoy diciendo que el tener bien claro lo que es “escuchar” y lo que es “perdonar” y acomodar el propio lenguaje a ello, contribuye a vivir más la escucha y el perdón? Sí, eso estoy sugiriendo. Porque de la abundancia del corazón habla la boca y porque, viceversa, una boca bien formada, como un constante goteo, reconfigura, va transformando, el corazón. Es un círculo virtuoso.