La semana pasada se levantó una polvareda mediática, entre tradicionalistas y liberales en la Iglesia católica, a propósito de un documento del Dicasterio para la doctrina de la fe en que se desaconseja utilizar el título de “Corredentora” para referirse a Santa María. Enseguida se despertaron viejas polémicas intracristianas entre los que niegan cualquier papel a la Virgen y los que, excitados precisamente por los protestantes, se proponen exaltar a la Madre de Jesús por encima de toda moderación. La idea protestante, resumiendo, es que Cristo es el único Redentor de la humanidad, de modo que la aplicación de esa Redención al resto de los humanos es meramente pasiva, recibiéndose por la fe. La tradición católica, basándose también en algunos pasajes de la Escritura, sí que admite el concepto de “corredención”, pero no para aplicárselo de modo exclusivo a la Virgen, sino profundizando en lo que significa el Cuerpo de Cristo que actúa, por decirlo así, solidariamente, sin dejar de ser Cristo la Cabeza, es decir, la fuente vital del conjunto que consta de muchos miembros. Por eso San Pablo se atribuye también a sí mismo una participación en la Redención, con un lenguaje curioso, cuando dice que cumple lo que falta del sufrimiento de Cristo por su Cuerpo eclesial (Col 1, 24). No creo que nadie haya interpretado nunca que San Pablo es compañero de Cristo en su labor redentora por la humanidad, ambos de un modo exclusivo. Sólo puede entenderse como que todos los miembros del Cuerpo, unidos de un modo íntimo en Cristo, participan de su misión como participan de su muerte y resurrección. Todos son redimidos y a la vez corredentores porque todos tienen la oportunidad de sufrir y de amar, como Cristo ama y sufre por la humanidad. Esto es la comunión de los santos. Se trata de una Redención no exclusiva sino inclusiva. El que sufre con Cristo reina también con Cristo. Y si María tiene, evidentemente, una participación en la misión de Cristo y está unida a Él de un modo sin igual, de este modo se puede justificar el título de “Corredentora”.
De todos modos, yo quisiera fijarme en otro aspecto que tiene que ver con la visión de Dios desde el mundo más amplio de las religiones, cristianas o no. Nos puede iluminar bastante, también para encarar esta polémica, la reflexión sobre la figura del “mediador”, no exclusiva del cristianismo, si bien en el cristianismo se desarrolla más, ciertamente. Según esta visión genérica, la que busca las tendencias comunes entre las tradiciones, se puede dar un “mediador” de la divinidad para con los hombres. En el mediador se concentra la Gracia y a él pueden acogerse los seres humanos para facilitar al menos su acceso a la divinidad. Los fieles de una de estas figuras (un avatar, un profeta, un Hijo de Dios) se unen a él mediante el amor, la invocación, la devoción, el seguimiento… Una verdadera disponibilidad ante lo divino implica que cada uno toma su propia mediación a la vez que deja que otros tomen la suya y que se beneficien a su vez. En línea de principio, la grandeza de Dios posibilita muchas mediaciones que no tendrían que estorbarse entre ellas. Entonces, cuando una mediación se erige como única y en consecuencia como obligatoria, ahí se está introduciendo un elemento perturbador, en cuanto que rompe con lo que sería el principio, aquello que es razonable y acorde, ya digo, no solo con la grandeza de Dios sino también con la dignidad de todas las culturas humanas. Si un mediador es erigido como único mediador, en esa unicidad habrá de recaer la fuerza de la prueba, que sus seguidores habrán de justificar. Y si las otras mediaciones funcionan para sus seguidores, ¿a título de qué habrán de condenarse? Me da la sensación de que muchas veces, aquellos que hablan de la única mediación de Cristo y que argumentan diciendo que es la única de iniciativa divina, mientras que todo lo demás son intentos humanos fallidos, esos mismos pierden una parte de su tiempo y de su energía en esa reivindicación y proclamación. Creo que es mejor vivir la propia mediación con intensidad, sí, y con una actitud de alegría y de agradecimiento, de lo que pueden surgir buenos frutos morales y humanitarios, y que precisamente por eso puede llegar a ser atractiva para otros. Se trata de sacar consecuencias prácticas del principio teológico “Deus Semper maior”. No digo, ni mucho menos, que todas las mediaciones valgan lo mismo. Eso sería aplicar el prejuicio relativista precisamente para evadirse del problema, dándole una solución demasiado sumaria y falta de auténtica vida religiosa. Pero sí puedo aplicar aquel otro principio tan sabio del hinduismo: Vive y deja vivir, entrégate a Dios y deja que los demás lo hagan a su modo, que puede no coincidir con el tuyo. Y los resultados, con el tiempo, ya se irán viendo… Pero no juzgues antes de tiempo.

