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09 noviembre, 2024

UNA JORNADA EN ALEJANDRÍA

 


   

       Como es sabido, la ciudad de Alejandría debe su nombre a Alejandro Magno, quien la fundó en 332 a.C. sobre un núcleo preexistente llamado Rakotis, en la parte occidental del delta del Nilo. Su diseñador fue el arquitecto Dinócrates de Rodas. Frente a la ciudad se extendía la isla de Pharos, que fue unida a tierra por un dique de unos 1300 metros de longitud, llamado Heptastádion (actualmente hay una franja de tierra de unos 500 metros de ancho). El dique separaba los dos puertos principales, el “Grande”, al noreste, y el de “Eunostos”, al suroeste. En el extremo oriental de la isla de Pharos (hoy península) se levantaba el célebre “faro” (del toponímico se derivó el nombre genérico de la construcción), considerado por los antiguos una de las maravillas del mundo. Fue construido bajo los dos primeros reyes Ptolomeos y medía 160 metros de altura. Por voluntad de estos mismos reyes, la ciudad fue desde el primer momento un importante centro de cultura. Ptolomeo I Soter (que reinó de 323 a 285 a.C.) y especialmente su hijo Ptolomeo II Filadelfo (de 285 a 246) llamaron a sabios griegos y les ofrecieron una posición desahogada como miembros de una especie de comunidad religiosa, radicada en el nuevo templo de las musas, el Mouseion. El Mouseion estaba dedicado a la enseñanza y se formó junto a él una enorme biblioteca, no solamente con obras griegas sino con traducciones de la literatura egipcia, de la babilónica o de otras de la Antigüedad. Había otra biblioteca, más reducida, adscrita al templo de la divinidad oficial Serapis, llamada Serapeion. Se estima que la biblioteca mayor poseería unos 700.000 rollos y unos 45.000 la menor. La mayoría de los edificios públicos se levantaban frente al puerto Grande, de dos km. de largo, en la zona denominada “ciudad real” y, más tarde, en el siglo II d. C., Brucheion. El Brucheion estaba delimitado, además de por el puerto, por la calle longitudinal principal, llamada Plateia. Hacia el centro de esta calle se encontraba el Mouseion y cerca de él el Mausoleion o Sema, donde estaba enterrado Alejandro Magno. También en la Plateia estaba el Dikasterion (tribunal), considerado por Estrabón el mejor edificio de la ciudad. Otros puntos importantes dentro del Brucheion eran el Emporion (mercado) con los almacenes, el teatro, el templo de Poseidón, el Timoneo (edificado por Marco Antonio), el Cesareo (templo edificado por Cleopatra en honor del mismo Marco Antonio), las agujas de Cleopatra (dos antiguos obeliscos), etc. En el extremo oriental del puerto Grande, en el cabo Loquias, se levantaba el palacio de los Ptolomeos. Al suroeste de la ciudad, fuera de la zona céntrica, se encontraba el Serapeion.

       Al noreste estaba situado el barrio de los judíos, más allá de las murallas de circunvalación. Ya había judíos en Egipto antes de la fundación de la ciudad por Alejandro. El establecimiento de judíos en la nueva metrópoli fue estimulado por su fundador, concediéndoles los mismos derechos que a los griegos. De todos modos, los judíos siempre formaron un grupo aparte, incluso con autonomía administrativa, aunque estuvieron muy influidos por la cultura griega y pronto perdieron su propia lengua. En la época de Ptolomeo Filadelfo se hizo ya la traducción de los textos sagrados llamada de los Setenta. Se dice que los judíos alejandrinos llegaron a ser 100.000 en el siglo I a.C. La escuela judía de Alejandría, que tuvo en Filón (s.I d.C.) a su máximo representante, se dio a la exégesis alegórica de la Escritura y a la especulación religiosa en términos de la filosofía griega. En Alejandría florecieron todas las ciencias de la Antigüedad, las matemáticas con Euclides y Arquímedes, la astronomía con Aristarco, Hiparco y Claudio Tolomeo, la medicina con Herófilo y Erasistrato, la filología con Aristófanes de Bizancio… En la época de la dominación romana, después de Cleopatra, última soberana de la dinastía de los lágidas o ptolomeos, la ciudad no perdió su importancia sino más bien la acrecentó. En la época de Augusto tenía una población de más de 300.000 habitantes. Era la puerta hacia Egipto, granero de Roma, y una arteria vital del comercio exterior del Imperio. En el siglo II adquirió el derecho de acuñar moneda y fue, en el terreno espiritual, el principal foco del gnosticismo, con sus jefes Basílides, Valentín y Carpócrates. También en Alejandría, en ese siglo II, surgió una escuela teológica cristiana, con Clemente y con Orígenes. Y además fue el foco originario de la escuela neoplatónica, con Ammonio Saccas. Orígenes (h. 184 – h. 253), que asistió a las clases de Ammonio, fue el más potente pensador cristiano de la Antigüedad, solo comparable a Agustín de Hipona en Occidente. Fue muy controvertido, en los siglos siguientes, por sus ideas teológicas y poco menos que declarado hereje. Según la tradición cristiana, la ciudad había sido evangelizada por San Marcos y se erigió en importante centro eclesiástico, que se convertiría más tarde en patriarcado, desempeñando un importante papel en la época de los primeros concilios ecuménicos. Aquí vivieron los obispos Teófilo y Cirilo, hostiles con el paganismo y con el judaísmo en la época en que predominaba el movimiento monástico, en que ellos se apoyaban. En este ambiente, se produjo hacia 415 el desgraciado asesinato de la filósofa Hipatia, episodio que recrea A. Amenábar en la película “Ágora”. En estos últimos siglos de la Antigüedad, Alejandría pudo alcanzar una población de hasta 600.000 habitantes.

       Egipto fue conquistado por los árabes musulmanes pocos años después de la muerte del Profeta Muhammad, entre el año 639 y el 641. Éstos habían sitiado la fortaleza bizantina de Babilonia (situada en lo que hoy es el barrio copto de El Cairo), estableciendo su campamento en los alrededores (actual Fustat). Nunca quisieron establecer su capital en Alejandría, pues ésta tenía, por así decir, la marca indeleble del helenismo, lo que representaba, para los aguerridos y a la vez místicos árabes, una tentación que más bien convenía evitar. De modo que el Egipto musulmán encontró en El Cairo, una ciudad prácticamente nueva, su centro de referencia. Bajo la órbita del islam se sucedieron los períodos fatimí, mameluco y otomano. En el siglo XIX Egipto, bajo Mohamed Alí y sus sucesores, alcanzó su autonomía como país con relación al imperio otomano, si bien ahora se hizo más viva la presencia occidental en el campo económico, político y cultural. Fue esta intervención europea, en definitiva, la que inició la prospección de las inmensas riquezas arqueológicas del país. Y Alejandría, entonces, adquirió una nueva prosperidad y se tiñó de un ambiente cosmopolita, ambiente que retrataron algunos escritores como los británicos Lawrence Durrell y E. M. Foster, así como el griego Konstantino Kavafis (1863-1933), uno de mis poetas de cabecera. Lo que Kavafis exalta es ante todo el pasado helénico de la ciudad, la misma ciudad en la que él vivió tantos años y trabajó como funcionario.

       Si bien no pude llegar a ver el Museo Kavafis en mi visita a Alejandría el día 10 de marzo de este año de 2024, sí pude hacerme una idea de lo que es ahora la ciudad y disfrutar con relativa tranquilidad de algunos lugares de los que normalmente se enseñan a los turistas. Hice la excursión en compañía de tres mujeres españolas, Dori, Claudia y Charo, parientes entre sí. Nuestro guía se llamaba Samir. Para mí era importante estar al menos una vez en la ciudad del gran Orígenes, protagonista de mi tesis doctoral, pensador cristiano que ha sido objeto a lo largo de los siglos o bien de la admiración (tal es mi caso) o bien del odio teológico (por parte de todos aquellos que no son amigos de pensar ni de examinar con rigor la tradición religiosa). Ahora no tiene Alejandría ni la magnificencia que tuvo en la época antigua helénica ni el cosmopolitismo de que gozó en esa época más reciente de presencia europea. Es una ciudad egipcia y árabe de unos cinco millones de habitantes. Pero tiene aún mucho que ofrecer a los que añoramos todo aquello.

       Nuestra primera etapa fueron las catacumbas de Kom ash Shoqafa. Se trata de un gran agujero cavado en la tierra, como una rotonda con varios pisos subterráneos, con una escalera de caracol para ir bajando y acceder a las galerías. Se aprecia una mezcla del arte y de la religiosidad egipcias con el mundo grecorromano. Destacan algunas imágenes esculpidas de Anubis: en una preside una operación de momificación de un difunto, en otra aparece ataviado como legionario romano.


                                                                


                                                     


                                                     

                
                                           



       La “columna de Pompeyo” es el elemento más destacado visualmente del antiguo Serapeion, que era biblioteca y templo de Serapis, divinidad muy popular en la época grecorromana, con aspectos de Osiris y de Apis, y representada como un toro. En las galerías subterráneas bajo la columna hay alguna estatua de dicho toro. La columna, que lucía imponente en un día soleado, mide 27 metros. Es de finales del siglo III y estaba dedicada al emperador Diocleciano, aunque luego se pensó por error que correspondía a Pompeyo.


                                                             


                                            

       
       Nuestra siguiente etapa fue la fortaleza de Qaitbay, situada en el extremo occidental de la bahía que corresponde al antiguo puerto “Grande”. El diámetro de esta bahía, que ahora es un paseo marítimo, viene a ser de unos dos kilómetros. Al otro lado, hacia el suroeste, se encuentra el puerto actual, que correspondería al antiguo de “Eunostos” y se extiende por unos ocho kilómetros. Esta fortaleza es el recuerdo más cercano del antiguo Faro, pues fue construida en el mismo lugar reaprovechando las piedras que quedaron tras su ruina definitiva en la Edad Media. La fortaleza de Qaitbay es del siglo XV y alberga una mezquita. Es realmente hermosa, si bien puede producir una sensación de decepción en cuanto a sus dimensiones, si uno piensa en las del antiguo monumento que ocupaba ese lugar. Son magníficas las vistas de toda la bahía, en el otro extremo de la cual se divisa la actual biblioteca de Alejandría.

                                                   


                                           


       El trayecto entre Qaitbay y el restaurante en el que disfrutamos del almuerzo se hizo un tanto pesado, al menos para nuestra mentalidad europea. Una compacta riada de vehículos iba avanzando con una lentitud tal que habría sido más práctico dirigirse al lugar a pie. Observé que nuestro guía y nuestro conductor se lo tomaban con una tranquilidad inalterable. El restaurante se hallaba a la mitad –un poco más allá tal vez– del paseo marítimo en forma de media luna. Era un establecimiento griego, amplio y elegante, de principios del siglo XX. Se llamaba Athineos y yo lo supuse contemporáneo de Kavafis, lo que me producía una emoción. Tras la comida, abundante y típicamente mediterránea, con pescado, nos llevaron a la última de las atracciones de la ciudad que estaba previsto visitar.

                                          


                                           


       La nueva Biblioteca de Alejandría fue inaugurada en 2002 aproximadamente en el lugar donde en la Antigüedad se levantaba el palacio de los Ptolomeos. El edificio principal tiene forma de cilindro con el círculo superior inclinado. Éste último, un tejado vidriado, permite que la luz del sol se reparta generosamente por las siete plantas escalonadas del interior. Los muros pétreos del exterior contienen inscripciones de letras pertenecientes a todos los alfabetos del mundo, en un homenaje a la diversidad lingüística de nuestro mundo. Como premio de consolación, en una de las suntuosas y modernas salas me encontré un busto de Kavafis. El regreso a El Cairo lo hicimos por la autovía que recorre el borde occidental del delta del Nilo, un trayecto de casi tres horas. Para darle un título cinematográfico a aquel día tal especial diré que fue para mí “una giornata particolare”.

                                         

                                           



                                           


                                           

05 noviembre, 2024

CONCILIO DE NICEA







         Según una extendida explicación, entre simplificadora y falseadora, el Concilio de Nicea (del año 325) habría sido una operación política para justificar el dominio de Constantino en el Imperio Romano y de paso hacer una iglesia alejada de sus orígenes en Jesús de Nazaret y basada a partir de ese momento en el dominio del clero.

        No veo una relación lógica entre proclamar la divinidad de Jesucristo y un régimen político absolutista, como si el absolutismo derivara de esa divinidad que se encarna, al considerarse un gobernante absoluto como el representante de dicha divinidad. Se podría también razonar justamente al contrario: porque Cristo es rey del mundo, por eso no puede haber otro que ocupe su lugar.

         Esto desde el punto de vista conceptual. Desde la facticidad histórica, regímenes autoritarios, tiránicos o totalitarios han aparecido justificados en diversas religiones, no sólo en el cristianismo, así como también en ideologías humanistas y también en ideologías ateas, como el comunismo o el nazismo. Por consiguiente, esta tendencia humana tendrá otras raíces, no dependiendo de un rasgo específicamente cristiano.

         Otro punto importante, también histórico, es que tanto Constantino como sus hijos y sucesores en el Imperio volvieron a apoyarse, sólo unos pocos años después de Nicea, no en los ortodoxos o católicos, defensores del credo niceno, sino en los arrianos. Lo hicieron tal vez por la sencilla razón de que veían que esta tendencia resultaba más apoyada por la población y decantarse por ella resultaba así algo más útil para el mantenimiento del orden, orden que no dejaría de apuntalar su propio poder.

        Un problema del concilio fue cómo expresar esa condición divina de Cristo de un modo que fuera preciso e inequívoco. Arrio decía explícitamente que el Verbo de Dios era una criatura, si bien una criatura excelsa, creada antes que todas las demás y modelo de la formación de ellas. Los Padres del Concilio apreciaron que no bastaba con decir que Cristo era “Hijo de Dios”, pues, como señalaban los mismos arrianos, también lo somos los humanos, o al menos los humanos redimidos por Cristo. Algunas expresiones que tenemos en el Credo actual se introdujeron entonces: “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre”. La última expresión, “de la misma naturaleza que el Padre” (“homooúsios to Patrí” o “consubstantialem Patri”) fue la verdaderamente controvertida. No era una novedad absoluta, pues ya había sido utilizada por los occidentales (de lengua latina) en otras ocasiones para expresar que Cristo y el Padre no eran dos dioses sino un solo Dios, una sola naturaleza divina. En cambio, para los griegos, ampliamente mayoritarios, tenía malas connotaciones, pues la misma palabra, “homooúsios”, había sido utilizada por algunos herejes para expresar una cosa muy distinta, que el Padre y el Hijo no eran sino dos aspectos o modalidades de lo mismo, del mismo ser. Entonces, para ellos, utilizar ahora el término sería dar la razón a esos herejes, como Pablo de Samosata o Sabelio. Sin embargo, el mismo emperador Constantino hizo campaña a favor del “homooúsios”, aconsejado por un obispo occidental, Osio de Córdoba, hombre de su confianza que ya llevaba años a su lado y que lo había orientado en otros temas religiosos. Bajo esta recomendación del emperador, que – hay que reconocerlo – fue en realidad una coacción, los obispos votaron a favor de introducir en el Credo el término. Y los pocos que no lo hicieron fueron desterrados. Después del Concilio, cuando los obispos regresaron a sus sedes, algunos de ellos manifestaron públicamente que se arrepentían de haber puesto su firma. Así que el problema doctrinal no se resolvió entonces. Tuvieron que pasar muchas décadas hasta que, por fin, a fines de ese siglo IV, se impuso el cristianismo niceno, ahora de la mano del emperador Teodosio, de origen hispano como Osio.

         Con la perspectiva que nos dan los siglos podemos comprender que, siendo el “homooúsios” una novedad en la expresión, no lo era en cuanto al contenido que quería representar: que Cristo preexistía junto al Padre, que había sido enviado por el Padre al mundo, que se había manifestado y enfrentado a poderes de este mundo y que Dios lo había justificado – que es como decir que le había dado la razón. Efectivamente esta experiencia de la Resurrección, por la que tantos habían dado su vida en la comunidad fundada por Cristo, era la experiencia fundante que había permitido la misma existencia de la Iglesia. Y esta experiencia había que definirla con unos conceptos que no fueran ambiguos, sino claros.

        De modo que, al final, se impuso el Credo niceno, por la profundidad de esta experiencia y convicción eclesial, y no tanto por el apoyo político, que también. Este apoyo político, dentro del Imperio Romano, no fue uniforme sino parcial (no siempre ni en todos los lugares). Otra derivación histórica es que el arrianismo se expandió en el siglo IV, después de Nicea, fuera del Imperio. De hecho, algunos pueblos bárbaros, como los godos, se hicieron arrianos antes de su entrada dentro de los límites de éste. Los godos penetraron en Hispania en el siglo V y alcanzaron el dominio total de ese territorio durante el VI. Se encontraron un pueblo hispanorromano que ya era católico, niceno, y, al final, ellos también se adaptaron. En el III Concilio de Toledo (año 589) renunciaron al arrianismo y se fundieron con la religión del pueblo que habían conquistado. Porque no siempre los dominadores de un país imponen su religión. Hay varios ejemplos de lo contrario y éste es uno de ellos.

16 octubre, 2024

LOS IMPERIOS CREAN NACIONES

       

          Creo que uno de los aspectos que se olvidan, olvido que es fuente de errores de evaluación, es que los imperios son creadores de naciones, en muchos casos. Son menos los casos en que los imperios se imponen a países ya constituidos, con su nombre, con sus instituciones, etc. Porque una nación nace cuando se comienza a nombrar. Así, por ejemplo, “Hispania” es una creación del Imperio Romano, Hispania que en parte se identifica y en parte difiere de la “España” actual… Pero incluso la “España” actual, con su variedad de identidades, con origen en la Edad Media, con sus dificultades de vertebración, tiene su referencia última en el Imperio Romano. De la misma manera, la mayor parte de los países de África son creaciones de los países europeos, salvo Egipto, el país más antiguo del mundo, Etiopía, Marruecos y poco más. En cuanto a los países de América, todos sin excepción. 

       Crear un país no significa sacarlo de la nada. No utilizamos el término “creación” en sentido teológico, paso de la nada al ser… “Crear” significa en este caso organizar, dar una forma, una unidad. Entonces, por hablar de un tema polémico en las últimas semanas, decir que “México” fue conquistada por España, luego oprimida y por fin liberada de esa opresión, es algo risible. México es una creación del Imperio Español, es una nación con su personalidad, muy fuerte por cierto, con muy ricos elementos identitarios previos a la conquista, pero una nación que encuentra su configuración en una intervención externa a su territorio. Pero es que esto no es la excepción, sino una norma que encontramos en la historia. Las naciones no existen desde siempre. Y las naciones pueden desaparecer, como los seres vivos. Una nación fecunda para crear otras puede perfectamente agotarse y disolverse. También de esto hay ejemplos. Para que nadie se haga ilusiones con su nación…


                                                     

22 septiembre, 2024

EN LA PLAZA DE COLÓN

 




       Tanto el indigenismo como el nacionalismo español coinciden en que aquellos hechos del pasado protagonizados por los españoles en América se han de atribuir a nosotros, para el primero en tanto algo vergonzoso, para el segundo como algo merecedor de orgullo. Creo que es esta identificación con aquella colectividad del pasado lo que se ha de negar. Cada uno es responsable de lo suyo.

18 agosto, 2024

PUENTE DE BALMASEDA




 



       El puente medieval de Balmaseda (Vizcaya) se eleva con su porte elegante sobre el río Cadagua. Este puente, como cualquier otro, permite unir dos orillas, para aquel que se tome la molestia de caminar de una hacia otra. Construir puentes entre las personas y las visiones del mundo es obra de los "pontífices". Uno se convierte en "pontífice", en este sentido etimológico, cuando sabe salir de su propia visión, no para renunciar sin más a ella, sino para corregirla y completarla. Cada objeto de contemplación y, más aún, el conjunto de la realidad a nuestro alcance, ofrece múltiples perspectivas, llamadas a encontrarse. Como es proverbial decir, la realidad es poliédrica. 
       Una persona "dogmática" sería aquella que no acepta esta complejidad de lo real, que se recluye en su certeza particular, buscando subterfugios para no exponerse a los argumentos o experiencias que van en contra de ella. Piensa equivocadamente que perder esa certeza adamantina significaría descabalgarse de la Verdad, aquella Verdad que se dio íntegra al principio y que hay que mantener como se dio entonces, sin quitar ni poner nada. Ahora bien, este tipo de mentalidad no se da sólo en el campo de la religión sino también en las diversas ideologías que luchan enconadamente entre sí. Ya los antiguos filósofos de la escuela escéptica señalaron que la actitud predominante en una persona así es el “miedo”. Se trata del miedo de que, por el contacto con los otros, uno mismo empiece a dudar de lo propio. 
       Este mensaje que llama a la construcción de puentes y de confluencias, en una época como la nuestra, de exacerbadas confrontaciones ideológicas, de polarización política de las sociedades, es más relevante y más necesario que nunca.

27 julio, 2024

NECRÓPOLIS DE SAN ANDRÉS


 





       Explica San Juan Damasceno (s. VIII), en su magna obra de síntesis teológica Exposición de la fe, capítulo 85, los motivos que hay para que la adoración de los cristianos se efectúe hacia Oriente. La principal razón es que el Dios que se revela y que se encarna se nos presenta como luz, y la luz natural, que también es un don divino, se nos aparece cada día por el este. Así ocurre, evidentemente, en cualquier punto del globo en que nos encontremos…

      También a la hora de enterrar a los difuntos se ha tenido en cuenta el modo de su colocación, la orientación del cuerpo. Y los musulmanes dan aún más importancia a esto: es sabido que posicionan a sus difuntos mirando hacia La Meca. Notemos que “orientación” viene precisamente de “oriente”. Y está también el tema de la orientación que uno da a su vida. De hecho, metafóricamente hablando, la colocación en la que uno queda en la muerte habrá de ser la misma que uno ha llevado en su vida, cuando tiene esa disposición, por su libertad, de dirigir sus pasos y sus actos con una u otra finalidad. El ideal es vivir bien, bien “orientado”, y morir tal como uno ha vivido. Sólo una persona así puede influir sobre los demás, incluso tras su muerte, y ser fecunda.

      En esta necrópolis de San Andrés, junto a Villarcayo, se observa, en las tumbas antropomorfas, la dirección hacia el este, además de que también la losa está inclinada hacia esa parte.

16 julio, 2024

LA UTILIDAD DE LOS VICIOS





       El pensador y médico británico Bernard Mandeville (1670-1733) se hizo especialmente notorio por una obra considerada en su tiempo escandalosa y que se ha conocido como la Fábula de las abejas. En ella hace una descripción, no de una comunidad de esos pequeños y laboriosos animales, sino de la sociedad humana. Su tesis es que aquello que las doctrinas morales, sobre todo religiosas, consideraran vicios reprobables cumple una determinada función social. Su interés parece centrarse en justificar el capitalismo naciente, pues da a entender que es el egoísmo de aquellos que quieren enriquecerse el que, de rebote, provoca el aumento global de la producción, de lo que se seguirán bienes para el conjunto. La idea puede extenderse a otros vicios, a algunos al menos de aquellos que están dentro del grupo de los "siete pecados capitales", de cuya doctrina moral encontramos una ilustración pictórica en la Tabla de los siete pecados capitales, obra de El Bosco que se expone en el Museo del Prado.


       No solamente la “avaricia” de unos pocos hace que la riqueza general aumente. Como esta riqueza, en principio, pertenece a aquellos avariciosos e industriosos que la han creado no sólo a base de su ingenio sino también de una explotación de la mayoría, esta injusta situación creada pide la asistencia de otra actitud, que es la lucha por la justicia, entendida en este caso como reparto de la riqueza y del bienestar. Ahora bien, el motor real del afán por la justicia sería la "ira", que se presenta como indignación, pero que tiene como resorte o bien la "envidia" de la situación de los ricos o bien el "rencor" hacia ellos. Bien se preocupa hoy la extrema derecha de presentar los impuestos como un robo, a diferencia de los antiguos Padres de la Iglesia, que presentaban, por el contrario, a los ricos como ladrones. Cada uno de estos extremos ideológicos tiene su parte de verdad, pues nadie quiere ser despojado de lo que tiene. Siguiendo el esquema anterior, bien se puede reconocer que la lucha por la justicia puede tener unos resortes psicológicos que distan mucho de ser puros.

       ¿Y qué decir de la lucha por el poder? Es sin duda otra de las pasiones humanas, el deseo de dominar a otros. Lo que justifica teóricamente la detentación del poder es la necesidad de que haya personas en cargos que promuevan el bien común de una determinada sociedad. En realidad, una intención sincera de contribuir al bien común no es de suyo incompatible con una obsesión por el poder. Cuando un político se aferra al poder, sus enemigos pueden llegar a acusarlo de ser un psicópata o de tener al menos esa inclinación desmedida por el poder. A veces pienso que nadie podría, en realidad, dedicarse a la política si no se diera en él un deseo considerable, digamos mayor de lo normal, por el dominio de las personas o la influencia sobre ellas. En este sentido, tal inclinación, que podríamos incluir en la categoría moral de "soberbia", sería útil socialmente. Y sería necia cualquier pretensión puritana de que ella estuviera ausente del corazón de los políticos.

       En cuanto a la “lujuria”, si se entiende como deseo sexual, no hace falta decir que ella es necesaria para la procreación y para el mantenimiento de la sociedad. Es decir que el instinto colabora de un modo eficaz para aquello que, teóricamente, podría ser también un fin racional, conscientemente asumido por la colectividad. Los moralistas cristianos dirán siempre que el deseo es legítimo si está orientado por el fin y la intencionalidad adecuados. Sin embargo, al margen de eso, la rectificación de la intención, que pertenece en todo caso a la vida moral íntima de cada uno, lo cierto es que se puede proclamar con verdad que la inclinación sexual, que casi siempre se muestra desbordada, incluso desaforada, además de bastante general (con pocas excepciones), es el resorte más eficaz para que ese fin (sea de la naturaleza, sea de las personas individualmente) se cumpla de hecho.

       Podemos resumir con la frase de Mandeville: “private vices, public benefits”. Por la avaricia de unos pocos, se produce. Por la ira de muchos, se reparte. Por la soberbia de algunos, se gobierna. Y por la lujuria de la gran mayoría, sencillamente, no desaparecemos del mapa.


15 junio, 2024

Y TAMPOCO NADA DE QUE ENORGULLECERSE

 

      Tuve hace unos días una conversación con alguien que se definía a sí mismo como “católico tradicional” y que lo era no desde una mera inercia defensiva ante lo moderno sino desde una “conversión”, es decir, a partir de una vivencia de repentina iluminación y de consiguiente cambio de rumbo. Entre otros temas, planteó la visión de la historia de España, piedra de toque que suele provocar posicionamientos bastante viscerales. Me dio a entender que dicha historia es extraordinaria y proclamó convencido que “no hay nada de que pedir perdón”. No le quité la razón en esto pues yo, que no soy “católico tradicional”, también lo he pensado varias veces, y pienso que se puede desmontar fácilmente la reivindicación de aquellos que exigen ese perdón.

        Le di la razón, pero no en el sentido de que no haya que reconocer abusos y violencias, ni tampoco en el sentido de que se pueda hacer un balance en que los beneficios de la labor expansiva de España sean superiores a los aspectos negativos. La historia pasada hay que conocerla y también se puede evaluar, si se hace con justicia y desapasionamiento. Creo que mi motivo es más radical. La justificación para que el Estado actual o los españoles en su conjunto ni hayamos de pedir perdón ni hayamos de avergonzarnos, es que los españoles que hicieron lo que hicieron, glorioso o deleznable, eran ellos. No somos nosotros. Basta ya de compararnos unos países con otros como si realmente fuéramos nosotros, ciudadanos de este tiempo, a quienes se nos deben atribuir los hechos del pasado.

       Y la moneda tiene, ciertamente, dos caras. Si no hay que pedir perdón tampoco podríamos enorgullecernos. Aquello no es ya nuestro: ni las hazañas, indudables, ni las perfidias, innegables. Pobres hombres del siglo XXI, bastante tenemos con atender a nuestros asuntos personales, salir adelante, e intentar resolver los graves problemas sociales y políticos que nos aquejan en nuestros ahora polarizados países.

       Es necesario el espíritu crítico para evaluar los hechos del pasado, sacando siempre lecciones para el presente, los hechos de todos los países y de todas las épocas. Todo ello es patrimonio común. Las rivalidades históricas entre determinados países envenenan los corazones de las personas, cuando allí arraigan. Y el espíritu nacionalista, por el que considero míos los logros de otros, niego los fallos de esos mismos y atribuyo a todos los demás todo lo negativo, es a la vez ridículo y perverso. Ciega a la gente. Hace mucho daño.



                                                        

19 mayo, 2024

PIRÁMIDE DE KEOPS





 



       La pirámide de Keops es una de las tres grandes pirámides que se encuentran en el borde del desierto junto a la localidad de Guiza, municipio situado a su vez, sin solución de continuidad, junto a El Cairo. Las otras dos, algo más pequeñas, son la de Kefrén y la de Mikerinos. Al lado podemos ver asimismo la famosa esfinge, llamada "de Guiza". Estos tres reyes, emparentados entre sí, pertenecen a la cuarta dinastía, del siglo XXVI antes de nuestra era. Keops es el nombre helenizado del original egipcio, que sería Jufu. 
        Se ha dicho que esta construcción tiene más de dos millones de sillares con un peso medio de 2,5 toneladas, si bien hay algunos, en la base, que pesan más de 15. Cada lado mide 230 metros. La altura hasta el vértice superior es de unos 140 metros. Es una de las "siete maravillas del mundo" que se consideraban en la antigüedad, la única de ellas que se ha conservado hasta hoy. 
     Estando delante de ella, recordé la idea que Miguel de Unamuno expresa en su obra "Del sentimiento trágico de la vida". El ansia de inmortalidad del ser humano tiene uno de sus reflejos en el hecho histórico de que los hombres han buscado, al menos en la antigüedad, asegurarse una residencia para el más allá de la muerte con mayor interés que una confortable para la vida presente. 

(La segunda de las pirámides de Guiza, la que se ve a la mitad del vídeo, no es la de Mikerinos, 
como equivocadamente señalo, sino la de Kefrén.)










27 abril, 2024

CERRO DE LOS ÁNGELES

 






       El Cerro de los Ángeles se halla junto a Getafe. Allí encontramos un santuario dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. Esta devoción se ha vinculado, desgraciadamente, a posiciones políticas nacionalistas y, a este respecto, ha sufrido algunas alternativas de exaltación y de denigración. Sin embargo, su profundidad alcanza a la esencia del Evangelio de Cristo, que ofrece al hombre caído la paz, el descanso, que su corazón necesita. Cada ser humano, para orientarse, no es a su propio corazón al que ha de seguir, como ahora se proclama equivocadamente. Porque el corazón humano está corrompido, con sus afectos desordenados, por el apego al propio yo. La superación de esto radica en la entrega a un corazón más grande, el corazón de Dios, que en Cristo se nos presenta como un corazón humano. El Corazón de Cristo es divino, para abarcarlo todo, y es humano, en lo que es cercano al de cada uno de nosotros.

19 abril, 2024

¿DÓNDE ESTÁN LOS DERECHOS HUMANOS?


 


     

       Es interesante reflexionar sobre el lenguaje que se usa cuando se habla de los derechos humanos. Se tiende hoy a hablar de un “derecho”, y a exigir su cumplimiento, cuando una legislación lo establece como tal. Por ejemplo, en la legislación española y de otros países, desde hace años, el aborto está definido como un derecho de las mujeres. Ahora, cuando alguien discute si es lícito abortar o no, ya no se establan, como en décadas anteriores, debates sobre a partir de qué momento una vida humana se considera como tal, qué es lo que constituye a la persona, etc. Simplemente se proclama que es un “derecho de las mujeres” y se da a entender que no se puede discutir ya. Pero en otras épocas hubo discusión sobre esas cosas, de modo parecido a como ahora la hay sobre el cambio de sexo. En otros países se dan movimientos que pretenden revertir la permisividad del aborto. En cambio, para los abortistas no se trata ya de permitirlo en determinados supuestos, lo que implicaría reconocer que es en principio malo. En cuanto la ley lo establece es ya un derecho. No se discute ya con el que lo niega. Simplemente se lo descalifica como un retrógrado, como alguien que, incomprensiblemente, pretendería dar un paso atrás.

       Se debería recordar la historia. Antes de que un derecho aparezca en la legislación se ha “luchado” por él, como ocurrió en la primera mitad del siglo XX con el voto de las mujeres. Y se lucha con argumentos, intentando convencer a los que no lo ven claro en ese momento. Entonces, cuando un derecho aparece ya en la legislación, ¿se lo está “reconociendo” o se lo “crea”? Si se lo “crea”, ¿por qué se luchaba antes por él, dado que no existía aún como tal derecho? Era tal vez una decisión de la voluntad de los que lo defendían como tal, a quienes se oponían otras voluntades. Y si se lo “reconoce”, donde estaba antes: ¿en la naturaleza humana abstracta?, ¿en una conciencia colectiva?, ¿en Dios? Y si se trata de un “reconocimiento”, de algo que tarde o temprano habrá de ser reconocido porque tiene un carácter previo de objetividad, ¿cómo interpretar que unos lo defiendan previamente y otros se opongan? Si en lugar de tomar nuestra referencia en la legislación concreta de los países nos fijamos en las declaraciones teóricas como las que proclaman a veces las organizaciones internacionales, sólo estaríamos trasladando la cuestión a ese otro ámbito de decisiones. Una declaración de ese tipo surge también en un determinado momento, es también fruto de un consenso o de la imposición de unas voluntades sobre otras que no lo ven tan claro o que tienen incluso una alternativa, como a veces se dice desde el islam.

       A mí me deja bastante insatisfecho que los “derechos” sean fruto de un juego de voluntades, pues parece que la misma palabra “derecho” lo que sugiere es algo firme, indiscutible, algo que está por encima de unas voluntades que se imponen o que se resignan. Reconozco por otro lado que la alternativa no está clara, pues sólo podría basarse el fundamento último de los derechos humanos en una entidad abstracta que unos aceptarán y otros desacreditarán porque a su vez no tiene fundamento…

09 abril, 2024

SOBRE LOS IMPERIOS










       No me queda duda de que los imperios son una constante histórica y de que esta continuidad histórica corresponde a una característica profunda de la naturaleza humana. Es algo por consiguiente que no se puede erradicar, aunque sí sea un imperativo intentar manejarlo de la mejor manera posible. En términos generales, un “imperio” se podría definir como la dominación que una estructura política radicada en un centro geográfico ejerce sobre unos territorios y poblaciones en principio ajenos a ella. Es un hecho que, a partir del momento en que la revolución agrícola del Neolítico se expandió hasta crear en determinados lugares unos excedentes de producción, éstos se concentraron en las manos de unos dirigentes y las incipientes organizaciones estatales que se formaron se expandieron o bien luchando entre sí o bien extendiéndose hacia otras poblaciones que no habían alcanzado tal tipo de organización jerarquizada. Los imperios se han sucedido unos a otros, apreciándose en la evolución de cada uno un proceso que ha ido desde un ascenso hasta una decadencia lenta o brusca caída, pasando por un apogeo más o menos estable. O se han sucedido unos a otros o, en los casos en que dos de ellos han alcanzado un apogeo simultáneo, se han enfrentado hasta que uno de ellos se ha impuesto al otro o lo ha suprimido. No es de extrañar que tantos historiadores y filósofos hayan reflexionado, en diferentes épocas, sobre el hecho de esta sucesión y lucha de imperios. Es que la fenomenología resulta sorprendentemente semejante, por no decir repetitiva. Es como si hubiera una ley histórica según la cual de ningún modo pudiera haber un vacío de poder en un piso superior al de las colectividades que normalmente designamos como “pueblos”. Como que estos pueblos no pudieran convivir simplemente en un plano de igualdad. Naturalmente que se hallan algunas leyes económicas por debajo de tales constantes, pero, además – y es el punto que más me interesa – podemos descubrir algo de la condición humana, algo que se encuentra en la vida de cada individuo y que se traslada muy fácilmente al terreno de las colectividades, a modo de un reflejo amplificado. Porque está claro que, entre los individuos, cada uno de ellos con su voluntad, se da una lucha por imponerse unos a otros. La lucha se puede transformar en un pacto inteligente para convivir, pero la tendencia radical no se ve con ello anulada. El caso es que, examinando históricamente los imperios que han existido y que existen, se pueden apreciar algunas regularidades:

1. Un imperio implica una violencia que se ejerce sobre unas colectividades. Se trata de violencia física cuando se mata – incluso puede haber planes concebidos para erradicar a toda una población –, o se esclaviza, o se tortura, o se maltrata, o se explota la fuerza de trabajo. Y hay también una violencia cultural, cuando se reprimen lenguas, costumbres o religiones indígenas. (Por cierto, que el término indígena significa solamente aquel que “ha nacido ahí, en el lugar al que ha venido un extranjero, con la intención que sea”. En el empleo que hago de él, no le vinculo connotaciones ni positivas ni negativas.)

2. Los imperios, más que “oprimir” a las “naciones”, son los que configuran políticamente los países que dominan, normalmente. También se ha dado el caso, menos frecuente, de reinos ya constituidos, con su nombre y sus instituciones, que luego han pasado a depender, por la fuerza, de otras organizaciones estatales más amplias. Pero todos los países de América y casi todos los de África han sido creaciones de las potencias colonizadoras europeas. Un país nace cuando recibe un nombre. España, nuestro país, es una creación del Imperio Romano, como “Hispania”. Que luego ese mismo país puede crear otro imperio, y por tanto otras naciones, y que él mismo, paradójicamente, podría desaparecer como país, de resultas de sus propios desequilibrios internos no resueltos. Así es la historia. Y las naciones no son esencias, sino construcciones históricas, a veces muy frágiles.

3. Los imperios provocan siempre oposición. La oposición de otros imperios simultáneos, por supuesto. Pero lo más característico es la “imperiofobia”, que tan bien ha caracterizado Elvira Roca. La “imperiofobia” surge en una parte de las clases superiores que hay dentro de las sociedades indígenas, aquellas clases que han sido desplazadas de su posición por el nuevo dominador. Éstas, como no pueden argumentar contra la superioridad militar o técnica de los dominadores, tienen que resaltar o inventarse algún tipo de inferioridad espiritual de éstos para poder justificar su desprecio. Ni que decir tiene que los imperios rivales aprovechan esta situación y la utilizan como propaganda a su favor, con las debidas exageraciones y manipulaciones.

4. La historia de los imperios sucesivos en los cinco continentes se identifica casi con la historia de la transmisión de los logros culturales. ¿Qué es lo que se transmite con los imperios? Se transmiten, de unos territorios a otros, especies vegetales o animales (también, como aspecto negativo, enfermedades). Se transmiten inventos técnicos. Se transmiten conocimientos en diversos órdenes. Se transmiten lenguas y religiones. Desarrollamos aparte cada uno de estos dos últimos puntos.

5. “La lengua fue siempre compañera del imperio” –decía Nebrija a la reina Isabel de Castilla. Los imperios han hecho que desaparezcan lenguas o que muchas pasen a una situación minoritaria, mientras otras han extendido extraordinariamente su ámbito. Esto puede ser visto como pérdida de riqueza o diversidad cultural, como ahora se insiste. También puede entenderse como la manera de superar una situación de fragmentación cultural insostenible, si entendemos que es un bien el entendimiento lingüístico entre todos los humanos.

6. En el caso de las religiones la dinámica es algo más compleja y diferenciada. No se puede decir, ni mucho menos, que los dominadores impongan siempre su religión. Se han dado casos de lo contrario. Los turcos y lo mongoles adoptaron el islam de las poblaciones que controlaron. Luego alguna ventaja tenía que tener el islam como religión. La religión tiene su propia fuerza, su propia coherencia interna, y su relación con la verdad. No es un simple “código” dependiente de una estructura política que se aplica de un modo automático cuando la estructura política se extiende. Las religiones no son equivalentes entre sí, lo que implicaría que son intercambiables. Por el contrario, se pueden examinar y comparar, de acuerdo con criterios filosóficos y éticos. En este sentido, puede ocurrir que una religión más verdadera o más válida que otras tome un imperio, la expansión de un país o de unos países, como medio de transmisión. Lo cual no quita para que la religión dominante pueda adaptarse, recogiendo elementos indígenas también válidos. Evidentemente, estoy pensando en el cristianismo, que nació como religión sectaria y minoritaria dentro de un imperio. El caso del islam es diferente. Nació ya como identificado con un imperio y su expansión se confundió con la de ese imperio. Pero también ha mostrado su superioridad intrínseca, como religión. Fruto de esta fuerza ideológica y moral ha sido el desplazamiento que ha operado de las formas religiosas animistas e idolátricas de aquellas regiones en las que se ha establecido. El islam no ha podido vencer en cambio al cristianismo, de mismo modo que hay que reconocer que el cristianismo no ha vencido al islam, cuando países europeos han controlado de alguna manera países tradicionalmente islámicos. Con todo ello, sigue siendo verdad que hay una relación histórica, en general, entre imperios y religiones. En los países de Asia se ha dado también expansión de determinadas religiones, pero sólo en algunos casos se ha dado muy vinculada a la expansión militar. Allí, ni el cristianismo ni el islam, que también tuvieron presencia colonial, pudieron imponerse de un modo generalizado, como sí lo hicieron en América y en África. Lo que asimismo evidencia el valor notable de las religiones tradicionales y culturas de esos países asiáticos.

       Varios de estos puntos que hemos tratado apuntan a la conclusión de que han sido los imperios que ha habido desde el tercer milenio antes de Cristo hasta el presente, sucesivos y sin interrupción, los que han configurado el mundo globalizado que tenemos hoy, con lo positivo y también con lo negativo. Progresivamente han ido rompiendo la extrema atomización cultural que se daba antes de que comenzara el proceso y han contribuido a la unificación. Si actualmente hay 195 países en el mundo, unos muy conocidos y poderosos, otros apenas conocidos, eso es porque hay una mínima organización política que es común a todos ellos, a pesar de todas sus relevantes diferencias. No puede decirse que se haya establecido esta común organización estatal y este reconocimiento mutuo de los países hasta el siglo XX. La globalización tiene además componentes económicos, culturales, ecológicos, de comunicación… Sabemos y experimentamos hoy que todo afecta a todos.

       Puede ser que la palabra “imperio” tenga malas connotaciones para muchos, quienes imaginan que son malos a todos los respectos y que podría darse un mundo sin ellos. Muchos se declararon en las últimas décadas “antiimperialistas” (sin advertir que al oponerse a un imperio concreto estaban de hecho colaborando con otro). Hay otros que aman o añoran determinados imperios, normalmente aquel imperio que tiene o tuvo su propio país. El que ama un imperio con toda seguridad que aborrece otro. También puede uno avergonzarse del imperio que tuvo su propio país, lo cual conlleva una estupidez especialmente sorprendente… Pienso que deberíamos todos desvincularnos sentimentalmente de los imperios: nunca decir “los españoles fuimos a América” o “los ingleses fueron peores que nosotros”, porque esos españoles y esos ingleses no existen ya y no son nosotros. Nombrarlos siempre en tercera persona del plural se hace un ejercicio necesario. Esto es eficaz como ejercicio de distanciamiento, además de responder a la verdad histórica. Ni los deméritos ni los méritos de ellos son los nuestros. Así que no se trata de “pedir perdón” ni de exigirlo sino de que cada uno, en su país, afronte su propia responsabilidad, la responsabilidad en los problemas actuales. Además, el primer objetivo es conocer la verdad histórica, con una comprometida, coherente voluntad de objetividad, renunciando al amor propio colectivo, a ese sentimiento tóxico que le lleva a uno a sufrir o a alegrarse por lo que no depende de uno. Y se trata de reconocer los valores de cada país o de cada religión, así como las bellezas, juntamente con las limitaciones, de cada lengua. Pues en casi todos los países se pueden rastrear las huellas de diversos imperios y todos éstos pueden ser percibidos, cuando se tiene un genuino sentimiento de humanidad global, como otras tantas aportaciones a la marcha común de la humanidad.

30 marzo, 2024

EL MONOTEÍSMO DE AKENATÓN

 

El faraón Amenofis IV, Akenatón, vivió a mediados del siglo XIV antes de Cristo. Perteneció a la dinastía XVIII. Fue esposo de la bella Nefertiti y padre de Tutankamón. Realizó una reforma religiosa radical en el país del Nilo. Tuvo al parecer una vivencia del monoteísmo y quiso imponer su visión a todo su pueblo. La reforma no fue bien recibida, pues la gente estaba apegada a sus tradiciones y la casta sacerdotal, que vivía del culto de los diferentes dioses, era muy poderosa. Escribió el "Himno al Atón", en que se basa el salmo 104 de la Biblia. Tras su muerte, su hijo hizo revertir la reforma e impuso por su parte, sin duda instigado por los sacerdotes, la vuelta a la religión tradicional. Según una teoría, un príncipe o noble egipcio posterior, del siglo siguiente, llamado Mose, utilizó a un pueblo extranjero que habitaba en Egipto, los hebreos, para dar un cauce a sus ideas monoteístas, tal vez en la línea de Akenatón. En su propio país, Egipto, no encontró el eco apetecido y para ese nuevo pueblo, aglutinado por él mismo, se convirtió en un liberador de parte del único Dios.


                                          





Las fotos corresponden al Museo de Antigüedades Egipcias de El Cairo. La primera es del sarcófago de Akenatón. El relieve de la segunda representa la adoración de Amenofis, dirigida al dios Atón, identificado, al menos al principio de su reinado, con el sol. Luego la imagen divina se purificó, se desvinculó del astro rey. 

25 enero, 2024

“FIDUCIA SUPPLICANS”






       

       El pasado mes de diciembre se ha publicado, por parte del Dicasterio para la Doctrina de la Fe del Vaticano, un documento sobre “el sentido pastoral de las bendiciones”. Esta reflexión sobre las bendiciones tiene como objetivo explicar cómo se puede justificar bendecir a las parejas homosexuales (y también a aquellas otras heterosexuales en situación irregular, es decir, aquellas que se encuentran fuera del matrimonio canónico). Me interesa la reflexión en sí sobre la bendición y también, cómo no, las consecuencias que se sacan de cara al tratamiento en la Iglesia de las personas homosexuales.

       El primer principio que se establece es que Dios bendice siempre. La bendición (“bene-dictio”, decir bien) se confunde con la misma obra de creación y de conservación en el ser de todas las creaturas. Yo mismo, en cuanto ser creado, soy objeto de la bendición de Dios o, mejor, soy bendición de Dios, de la misma manera que lo son otros humanos y todas las cosas creadas que nos rodean. “No odias nada de lo que hiciste” (Libro de la Sabiduría 11, 24). Efectivamente, la bendición es fruto del amor o, también, se confunde con el amor. El documento habla de una bendición “descendente”, ésta de la que estamos hablando, y de una bendición “ascendente”, aquella que surge de las criaturas y que se dirige al creador, basándose en una actitud de profundo y justo agradecimiento. Habría también una bendición horizontal, aquella que se extiende de unos humanos hacia otros, coherente en la medida en que todos participan de la misma bendición radical “descendente” y todos pueden unirse voluntariamente en una misma bendición “ascendente”. A la bendición no es ajena la exigencia moral, pues en la misma creación de Dios hay un ordenamiento natural que, en el caso del hombre, se convierte en imperativo ético. Y la bendición de tipo ascendente ha de incluir, en consecuencia, el mismo amor que lleva al respeto de tales leyes insertas en la creación. En términos más sencillos, la bendición “descendente” significa que Dios nos bendice al crearnos, la bendición “ascendente” que nosotros podemos bendecir a Dios en agradecimiento, la “horizontal” que podemos bendecirnos unos a otros en el amor.

   

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