El puente medieval de Balmaseda (Vizcaya) se eleva con su porte elegante sobre el río Cadagua. Este puente, como cualquier otro, permite unir dos orillas, para aquel que se tome la molestia de caminar de una hacia otra. Construir puentes entre las personas y las visiones del mundo es obra de los "pontífices". Uno se convierte en "pontífice", en este sentido etimológico, cuando sabe salir de su propia visión, no para renunciar sin más a ella, sino para corregirla y completarla. Cada objeto de contemplación y, más aún, el conjunto de la realidad a nuestro alcance, ofrece múltiples perspectivas, llamadas a encontrarse. Como es proverbial decir, la realidad es poliédrica.
Una persona "dogmática" sería aquella que no acepta esta complejidad de lo real, que se recluye en su certeza particular, buscando subterfugios para no exponerse a los argumentos o experiencias que van en contra de ella. Piensa equivocadamente que perder esa certeza adamantina significaría descabalgarse de la Verdad, aquella Verdad que se dio íntegra al principio y que hay que mantener como se dio entonces, sin quitar ni poner nada. Ahora bien, este tipo de mentalidad no se da sólo en el campo de la religión sino también en las diversas ideologías que luchan enconadamente entre sí. Ya los antiguos filósofos de la escuela escéptica señalaron que la actitud predominante en una persona así es el “miedo”. Se trata del miedo de que, por el contacto con los otros, uno mismo empiece a dudar de lo propio.
Este mensaje que llama a la construcción de puentes y de confluencias, en una época como la nuestra, de exacerbadas confrontaciones ideológicas, de polarización política de las sociedades, es más relevante y más necesario que nunca.
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