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30 marzo, 2024

EL MONOTEÍSMO DE AKENATÓN

 

El faraón Amenofis IV, Akenatón, vivió a mediados del siglo XIV antes de Cristo. Perteneció a la dinastía XVIII. Fue esposo de la bella Nefertiti y padre de Tutankamón. Realizó una reforma religiosa radical en el país del Nilo. Tuvo al parecer una vivencia del monoteísmo y quiso imponer su visión a todo su pueblo. La reforma no fue bien recibida, pues la gente estaba apegada a sus tradiciones y la casta sacerdotal, que vivía del culto de los diferentes dioses, era muy poderosa. Escribió el "Himno al Atón", en que se basa el salmo 104 de la Biblia. Tras su muerte, su hijo hizo revertir la reforma e impuso por su parte, sin duda instigado por los sacerdotes, la vuelta a la religión tradicional. Según una teoría, un príncipe o noble egipcio posterior, del siglo siguiente, llamado Mose, utilizó a un pueblo extranjero que habitaba en Egipto, los hebreos, para dar un cauce a sus ideas monoteístas, tal vez en la línea de Akenatón. En su propio país, Egipto, no encontró el eco apetecido y para ese nuevo pueblo, aglutinado por él mismo, se convirtió en un liberador de parte del único Dios.


                                          





Las fotos corresponden al Museo de Antigüedades Egipcias de El Cairo. La primera es del sarcófago de Akenatón. El relieve de la segunda representa la adoración de Amenofis, dirigida al dios Atón, identificado, al menos al principio de su reinado, con el sol. Luego la imagen divina se purificó, se desvinculó del astro rey. 

25 enero, 2024

“FIDUCIA SUPPLICANS”






       

       El pasado mes de diciembre se ha publicado, por parte del Dicasterio para la Doctrina de la Fe del Vaticano, un documento sobre “el sentido pastoral de las bendiciones”. Esta reflexión sobre las bendiciones tiene como objetivo explicar cómo se puede justificar bendecir a las parejas homosexuales (y también a aquellas otras heterosexuales en situación irregular, es decir, aquellas que se encuentran fuera del matrimonio canónico). Me interesa la reflexión en sí sobre la bendición y también, cómo no, las consecuencias que se sacan de cara al tratamiento en la Iglesia de las personas homosexuales.

       El primer principio que se establece es que Dios bendice siempre. La bendición (“bene-dictio”, decir bien) se confunde con la misma obra de creación y de conservación en el ser de todas las creaturas. Yo mismo, en cuanto ser creado, soy objeto de la bendición de Dios o, mejor, soy bendición de Dios, de la misma manera que lo son otros humanos y todas las cosas creadas que nos rodean. “No odias nada de lo que hiciste” (Libro de la Sabiduría 11, 24). Efectivamente, la bendición es fruto del amor o, también, se confunde con el amor. El documento habla de una bendición “descendente”, ésta de la que estamos hablando, y de una bendición “ascendente”, aquella que surge de las criaturas y que se dirige al creador, basándose en una actitud de profundo y justo agradecimiento. Habría también una bendición horizontal, aquella que se extiende de unos humanos hacia otros, coherente en la medida en que todos participan de la misma bendición radical “descendente” y todos pueden unirse voluntariamente en una misma bendición “ascendente”. A la bendición no es ajena la exigencia moral, pues en la misma creación de Dios hay un ordenamiento natural que, en el caso del hombre, se convierte en imperativo ético. Y la bendición de tipo ascendente ha de incluir, en consecuencia, el mismo amor que lleva al respeto de tales leyes insertas en la creación. En términos más sencillos, la bendición “descendente” significa que Dios nos bendice al crearnos, la bendición “ascendente” que nosotros podemos bendecir a Dios en agradecimiento, la “horizontal” que podemos bendecirnos unos a otros en el amor.

   

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