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12 enero, 2025

REINADO SOCIAL DEL CORAZÓN DE CRISTO

                                                              






       Me encontré esta preciosa imagen del Sagrado Corazón de Jesús en una iglesia de Puerto de la Cruz, en Tenerife. El Sagrado Corazón de Jesús es una imagen simbólica del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo. Siendo amor de Dios, es infinito. Y, siendo el amor de un ser humano, sufre - como sufren nuestros corazones humanos - por la falta de correspondencia, sufre por los desprecios, sufre por las injusticias infligidas a aquellos con los que se identifica, los más pobres. De modo que el Sagrado Corazón es la máxima expresión de humanismo. E insisto en que las ofensas más graves no son las de aquellos que fusilan una estatua suya (como en el Cerro de los Ángeles en 1936) o las de aquellos que sacan de contexto el icono para burlarse de otras personas, como hemos visto recientemente en Televisión Española. Las más graves suceden cuando se conculca la dignidad de los más débiles, de tantas maneras como se hace (que siempre habrá una u otra ideología que justifique una u otra de esas ofensas).

       Efectivamente, el Papa Francisco ha explicado en su reciente encíclica Dilexit nos (octubre de 2024), la historia, la esencia y las implicaciones de esta devoción al Sagrado Corazón, tan querida para muchos cristianos. En uno de sus epígrafes (párrafos 182-184) presenta el “Sentido social de la reparación al Corazón de Cristo” en una línea que ya había iniciado Juan Pablo II y que, en su momento, también a mí me llamó la atención. Esa perspectiva -creo que una aportación novedosa del papa polaco- se refiere a que los pecados acumulados de los hombres se convierten en “estructuras de pecado”, que son las que las nuevas generaciones se encuentran sin haberlas buscado, aunque no dejen de contribuir de hecho a su mantenimiento. Todos los pecados que alimentan una injusticia social ofenden a Cristo. Esto tiene como consecuencia que la “reparación” de esos pecados, que sufrimos a la vez que somos colaboradores de ellos, tiene, además de la interior, una vertiente externa. Esta vertiente externa, necesaria, está constituida por todas aquellas acciones comprometidas que contribuyen a lo contrario de la injusticia, aquellas que contribuyen a restaurar la justicia. Es decir, que “reparar” el Corazón de Cristo es también, y sobre todo, la lucha por un mundo mejor y la atención a los necesitados. Es importante decir esto, para que no identifiquemos esta visión de la espiritualidad con posiciones demasiado contemplativas y ajenas a toda preocupación social, por no decir posiciones conservadoras, nacionalistas y reaccionarias, esas posiciones a las que de hecho ha sido asociado en ocasiones el Sagrado Corazón.

21 diciembre, 2024

CONQUISTA NO, RESPETO SÍ



       Una mujer rusa residente en España decía recientemente que no le gustaban los españoles, no porque fueran morenos o rubios, altos o bajos, sino por su mentalidad. Se quejaba diciendo que los españoles no están dispuestos ya a “conquistar a una mujer”. Para ella, esto es como una degradación o corrupción, un signo de decadencia. Por mi parte, me identifico con esa renuncia que ella atribuye a los españoles y creo abiertamente que ello es, por el contrario, un progreso ético.
       La imagen bélica de “conquistar”, como la cinegética de “cazar” (utilizada ésta en el lenguaje de las mujeres, o de algunas), creo que corresponde a una visión que conceptualiza las relaciones humanas en términos de dominio y no de igualdad. Considero que, entre dos personas racionales, una relación de pareja (también la de amistad, por cierto) sólo puede basarse en una conveniencia mutua. La conveniencia de dos voluntades que no se “entregan” (de nuevo lenguaje militar) sino que acuerdan unos fines comunes, partiendo de que cada uno tiene sus fines propios y una voluntad irreductible a cualquier otra voluntad. El acuerdo o contrato tiene que ser beneficioso para ambos. Para que perdure, tiene que darse un balance en que los beneficios sean superiores a los costos, por ambas partes. Nunca hay una “fusión” de dos seres. En todo caso, cuando el acuerdo es inteligente y no se pide más de lo que se puede dar, sí puede aparecer la satisfacción de que esa relación se prolonga en el tiempo. Pero nunca podría ser “indisoluble”, “irrompible”, porque cuando uno tiene esa sensación de “seguridad” caerá con mucha facilidad en dejar de respetar al otro. 
       Es peligroso tener la certeza de que el otro está siempre ahí. Al contrario, es saludable el miedo de que el otro me puede abandonar si quiere. Porque de esta manera, con esa advertencia pendiente siempre de mi cabeza, lucharé cada día para mantener una situación que me resulta apetecible, que no quiero perder. Efectivamente, lo primero que tiene que haber entre dos personas, que nunca dejan de ser “dos personas”, es respeto, un respeto de la alteridad, de las ideas y proyectos de alguien diferente. Y a partir de ahí, sí podremos llegar, tal vez, a una buena convivencia. Será siempre una convivencia desprendida, ajena a todo sentimiento de posesión y embebida de la vivencia de que el otro es siempre un don, como también yo lo soy.  

                                                   
                                                          


                                                      

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