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30 mayo, 2025

RELIGIÓN Y RELIGIONES

 






       ¿Se puede llegar a Dios sin una “religión” concreta? Creo que sí, pero es difícil.

      La palabra “religión” puede entenderse en un sentido amplio y natural, y también en un sentido concreto e histórico. En el primer sentido, religión significa “religación” o “dependencia”: sin dejar de ser individuos, estamos vinculados a la naturaleza, a los otros humanos, al fundamento divino de todo lo real. En el segundo sentido, hay diversas religiones, que han nacido y se han desarrollado en unas coordenadas espaciotemporales determinadas, que se han influido mutuamente, que han tomado préstamos unas de otras, que han luchado entre sí, que han tenido unas pretensiones de “verdad” las cuales han implicado la exclusión de las otras…

       Ceñirse a una sola religión y participar de esa dinámica según la cual he de encontrar la “religión verdadera” (permaneciendo en la que he nacido o cambiándome de religión si soy un converso) trae como consecuencia renunciar a mucha riqueza, la de las otras religiones, y exponerse a algunos errores que tal vez (sólo tal vez) otras tradiciones religiosas nos podrían ayudar a superar.

      Ir completamente solo en un proceso de búsqueda personal y oponiendo “espiritualidad” a “religión” –la “espiritualidad” sería buena y necesaria, la “religión” se identificaría con lo institucional y “dogmático”– también sería una penosa renuncia, pues implicaría perderse los resultados de la lucha de los siglos con sus logros sucesivos. Una tradición religiosa conlleva unas exclusiones, pero, antes de eso, es una riqueza acumulada. Es la Gracia de Dios en acción, la Gracia que se solidifica en unas prácticas y en unas doctrinas. (Es verdad que la “solidificación” degenera muchas veces en “petrificación”). Pero entiendo que prescindir de ello redundaría en una pobreza de la persona y no podría sino hacer caer a esa persona en la autosuficiencia, que es precisamente la negación de la religión en el sentido primario que antes señalamos.

       Así que lo más prudente es permanecer en la propia tradición y estar a la vez atentos a todos los signos que aparecen en otras para poder ampliar, aquilatar y mejorar la propia visión.

24 mayo, 2025

PUENTE MILVIO






 


       La batalla del Puente Milvio se inscribe en el marco de las luchas entre los sucesores de Diocleciano y de Maximiano, quienes se repartían el mando del Imperio desde los años 80 del siglo III. Diocleciano había establecido un nuevo régimen político que los historiadores han llamado Tetrarquía. Él era Augusto de Oriente y Maximiano lo era de Occidente. Según lo establecido, cada diez años, los Augustos habían de ceder el poder a sus sucesores, llamados Césares. Desde 293, Constancio Cloro era César en Occidente y Galerio lo era de Oriente, de modo que hasta cuatro dirigentes compartían el poder (de ahí el nombre de Tetrarquía). Entre 303 y 304 se dieron cuatro sucesivos edictos de persecución contra los cristianos, instigados fundamentalmente por Galerio. 

       En 305 llegó el momento del relevo. Diocleciano y Maximiano habían de retirarse de la política (cosa entonces inaudita) y ceder el puesto de Augusto a los respectivos Césares, quienes habían de nombrar a otros Césares, sus futuros sucesores. Fueron designados Severo en Occidente y Maximino Daya en Oriente. Pero el sistema como tal se derrumbó por la ambición personal de los que lo detentaban. Constancio Cloro murió ya en el año 306 y sus legiones proclamaron al hijo de éste, Constantino, como su legítimo emperador. Tampoco se conformó Majencio, hijo de Maximiano, ni siquiera el mismo Maximiano, que por lo visto echaba de menos el poder. Como alianza política, se fraguó el matrimonio, en 307, de Constantino con Fausta, hermana de Majencio. No obstante, el enfrentamiento entre ambos (que hoy llamaríamos "cuñados") fue acreciéndose con los años, hasta llegar al año 312. Majencio dominaba entonces la ciudad de Roma. 

       Las legiones de Constantino venían por el norte, por la Vía Flaminia. Llevaban dibujado en sus escudos el crismón, un signo que hacía referencia a Cristo, según una visión que habría tenido Constantino que le aseguraba la victoria (HOC SIGNO VINCES, "Con este signo vencerás"). Una parte del ejército de Majencio, como él mismo, pereció al ser los soldados arrinconados en la orilla norte del río (donde yo me encontraba al hacer la grabación). No pudiendo resistir, fueron empujados al agua. Constantino entró victorioso en Roma y a partir de entonces fue ya el único dominador de Occidente (Severo había muerto en 307 y Maximiano en 310). En Oriente el hombre fuerte, en 312, era Licinio, quien también había tenido que eliminar pacientemente a todos sus enemigos... 

       Constantino y Licinio se encontraron en Milán en la primavera del 313. El llamado "edicto de Milán" amplió la tolerancia hacia los cristianos que ya había sido establecida por Galerio, obligado por el fracaso de sus medidas persecutorias, en el 311, días antes de su muerte. La colaboración entre Constantino y Licinio se prolongó hasta el año 324, en que se produjo el enfrentamiento entre ambos, resuelto igualmente en una batalla, la de Crisópolis, en la que resultó vencedor Constantino. Constantino, ya dueño absoluto del Imperio, fundó una nueva capital sobre la antigua colonia griega de Bizancio, y le dio su nombre, Constantinopla. Constantino murió en 337, pocos días después de haber sido bautizado. Repartió de nuevo el Imperio entre sus hijos.

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