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27 julio, 2024

NECRÓPOLIS DE SAN ANDRÉS


 





       Explica San Juan Damasceno (s. VIII), en su magna obra de síntesis teológica Exposición de la fe, capítulo 85, los motivos que hay para que la adoración de los cristianos se efectúe hacia Oriente. La principal razón es que el Dios que se revela y que se encarna se nos presenta como luz, y la luz natural, que también es un don divino, se nos aparece cada día por el este. Así ocurre, evidentemente, en cualquier punto del globo en que nos encontremos…

      También a la hora de enterrar a los difuntos se ha tenido en cuenta el modo de su colocación, la orientación del cuerpo. Y los musulmanes dan aún más importancia a esto: es sabido que posicionan a sus difuntos mirando hacia La Meca. Notemos que “orientación” viene precisamente de “oriente”. Y está también el tema de la orientación que uno da a su vida. De hecho, metafóricamente hablando, la colocación en la que uno queda en la muerte habrá de ser la misma que uno ha llevado en su vida, cuando tiene esa disposición, por su libertad, de dirigir sus pasos y sus actos con una u otra finalidad. El ideal es vivir bien, bien “orientado”, y morir tal como uno ha vivido. Sólo una persona así puede influir sobre los demás, incluso tras su muerte, y ser fecunda.

      En esta necrópolis de San Andrés, junto a Villarcayo, se observa, en las tumbas antropomorfas, la dirección hacia el este, además de que también la losa está inclinada hacia esa parte.

16 julio, 2024

LA UTILIDAD DE LOS VICIOS





       El pensador y médico británico Bernard Mandeville (1670-1733) se hizo especialmente notorio por una obra considerada en su tiempo escandalosa y que se ha conocido como la Fábula de las abejas. En ella hace una descripción, no de una comunidad de esos pequeños y laboriosos animales, sino de la sociedad humana. Su tesis es que aquello que las doctrinas morales, sobre todo religiosas, consideraran vicios reprobables cumple una determinada función social. Su interés parece centrarse en justificar el capitalismo naciente, pues da a entender que es el egoísmo de aquellos que quieren enriquecerse el que, de rebote, provoca el aumento global de la producción, de lo que se seguirán bienes para el conjunto. La idea puede extenderse a otros vicios, a algunos al menos de aquellos que están dentro del grupo de los "siete pecados capitales", de cuya doctrina moral encontramos una ilustración pictórica en la Tabla de los siete pecados capitales, obra de El Bosco que se expone en el Museo del Prado.


       No solamente la “avaricia” de unos pocos hace que la riqueza general aumente. Como esta riqueza, en principio, pertenece a aquellos avariciosos e industriosos que la han creado no sólo a base de su ingenio sino también de una explotación de la mayoría, esta injusta situación creada pide la asistencia de otra actitud, que es la lucha por la justicia, entendida en este caso como reparto de la riqueza y del bienestar. Ahora bien, el motor real del afán por la justicia sería la "ira", que se presenta como indignación, pero que tiene como resorte o bien la "envidia" de la situación de los ricos o bien el "rencor" hacia ellos. Bien se preocupa hoy la extrema derecha de presentar los impuestos como un robo, a diferencia de los antiguos Padres de la Iglesia, que presentaban, por el contrario, a los ricos como ladrones. Cada uno de estos extremos ideológicos tiene su parte de verdad, pues nadie quiere ser despojado de lo que tiene. Siguiendo el esquema anterior, bien se puede reconocer que la lucha por la justicia puede tener unos resortes psicológicos que distan mucho de ser puros.

       ¿Y qué decir de la lucha por el poder? Es sin duda otra de las pasiones humanas, el deseo de dominar a otros. Lo que justifica teóricamente la detentación del poder es la necesidad de que haya personas en cargos que promuevan el bien común de una determinada sociedad. En realidad, una intención sincera de contribuir al bien común no es de suyo incompatible con una obsesión por el poder. Cuando un político se aferra al poder, sus enemigos pueden llegar a acusarlo de ser un psicópata o de tener al menos esa inclinación desmedida por el poder. A veces pienso que nadie podría, en realidad, dedicarse a la política si no se diera en él un deseo considerable, digamos mayor de lo normal, por el dominio de las personas o la influencia sobre ellas. En este sentido, tal inclinación, que podríamos incluir en la categoría moral de "soberbia", sería útil socialmente. Y sería necia cualquier pretensión puritana de que ella estuviera ausente del corazón de los políticos.

       En cuanto a la “lujuria”, si se entiende como deseo sexual, no hace falta decir que ella es necesaria para la procreación y para el mantenimiento de la sociedad. Es decir que el instinto colabora de un modo eficaz para aquello que, teóricamente, podría ser también un fin racional, conscientemente asumido por la colectividad. Los moralistas cristianos dirán siempre que el deseo es legítimo si está orientado por el fin y la intencionalidad adecuados. Sin embargo, al margen de eso, la rectificación de la intención, que pertenece en todo caso a la vida moral íntima de cada uno, lo cierto es que se puede proclamar con verdad que la inclinación sexual, que casi siempre se muestra desbordada, incluso desaforada, además de bastante general (con pocas excepciones), es el resorte más eficaz para que ese fin (sea de la naturaleza, sea de las personas individualmente) se cumpla de hecho.

       Podemos resumir con la frase de Mandeville: “private vices, public benefits”. Por la avaricia de unos pocos, se produce. Por la ira de muchos, se reparte. Por la soberbia de algunos, se gobierna. Y por la lujuria de la gran mayoría, sencillamente, no desaparecemos del mapa.


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