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05 junio, 2025

EXTERMINIO

 

       


       A lo largo de la historia y a lo ancho de la geografía hemos visto que los pueblos o colectividades han emigrado de unos lugares a otros, se han mezclado con otros pueblos. En otras ocasiones han luchado entre sí y se han expulsado unos a otros de determinados territorios. Se trata de una práctica que tampoco se aleja demasiado de la práctica de las especies y grupos animales, los que también se han extendido de unos lugares a otros y han entrado en conflicto con otras especies o han convivido con ellas en los diferentes ecosistemas. Entre los humanos, es verdad que, con el paso de los siglos, las “naciones”, aun a pesar de unos posibles orígenes nómadas, se han llegado a identificar con una tierra, hasta el punto de hacer inconcebible la misma existencia de la nación al margen de ese territorio. Y, por eso, aquellas personas que tienen que emigrar a otros países siempre tienen aquella tierra de partida como punto de referencia sentimental. Pongamos los irlandeses que viven en Estados Unidos, que nunca olvidan las verdes colinas de su isla de origen. Pero ya empieza a resultar extraño, exagerado, excéntrico y extremo que un determinado grupo humano se obsesione con un territorio hasta el punto de considerarlo posesión exclusiva y se crea justificado a ello por un mandato divino. Evidentemente, estoy pensando en Israel y su práctica actual de “exterminio” de los palestinos.

       Porque es de “exterminio” de lo que se trata en la Biblia, en concreto en el libro de Josué (véase el capítulo 23), cuando los israelitas entran en la Tierra Prometida. Allí se habla de “exterminio” como de una acción que Yahvé mismo realiza, por la mediación humana de ese pueblo. Se habla de “arrojar”, de “expulsar” a los otros y de “posesionarse” de la tierra. Hay pues una amenaza a esos pueblos… pero ese Dios es tan duro que amenaza también al mismo pueblo que ha de ejecutar sus designios. Si no los cumple y se deja influir por esos pueblos ajenos, o si se mezcla con ellos, entonces ellos serán hechos “desaparecer” de esa misma tierra que les da. Estamos ante la figura de un Dios étnico que se identifica con una colectividad. Esto no es ya excepcional en el mundo antiguo, sino que es más bien la regla, pero dudo que en otros lugares haya aparecido una figura divina que haya llevado esta dinámica hasta semejantes extremos.

       Si esto se considerara como una situación propia de otra época, como algo perteneciente a otro estadio de desarrollo moral de la humanidad, no causaría el desasosiego que causa hoy a muchos. Porque la idea, lejos de haber sido sepultada o superada, resulta vigente en el actual Israel y también en no pocos cristianos que, para mí incomprensiblemente, se ven influidos por ella. Hay dos conceptos bíblicos que entran en juego en todo esto, dos antiguos conceptos que sólo se podrían mantener a costa de una reinterpretación radical, pues todo lo humano cambia y se perfecciona. (Un fundamentalista diría que, en cambio, lo divino no cambia, siendo inmutable… Lo que ocurre es que, en realidad, lo divino trascendente sólo se nos da a través de lo humano inmanente.) Me refiero a los conceptos de “elección divina” y de “Alianza”, que en sus orígenes se refieren literalmente a un pueblo, el de Israel, al que Dios elige y con el que hace Alianza, y que luego van ampliando y profundizando su sentido.

       Una constante que se observa a lo largo de la Biblia es que la “elección” de una colectividad o de un individuo no es nunca para establecer un privilegio por el que pueda establecerse una distinción de superioridad y de exclusividad. La elección no es “exclusiva” sino “inclusiva”, se hace siempre con vistas a un servicio a una colectividad más amplia. El que es elegido lo es para servir a otros, no para que pueda sentirse superior o para disfrutar de un privilegio. Así se elige en la Biblia no sólo al pueblo de Israel, sino también a un profeta, a un “juez”, a un apóstol, a la Virgen María y al mismo Cristo (ver Javier Moreno, Islam y Cristianismo. Investigación crítica sobre la idea de “Revelación divina”, cap. 8: “El destino del pueblo judío”, pp. 159-169)

       Por su parte, la Alianza se hace al principio con un pueblo, pero se hace con vistas a que esa Alianza, ese modo de relación de una colectividad con la divinidad que implica una comunidad de vida entre ambas, se pueda extender más allá de ese pueblo, cosa que ya se vislumbra en algunos profetas y se expresa de un modo claro en el Nuevo Testamento. En éste, Cristo se convierte en el instaurador de una Nueva Alianza que abarcará a toda la humanidad o al menos a todos aquellos que crean en él, pues la comunidad de vida entre Dios y la humanidad se efectúa a través de él. Resumiendo, la elección de uno es con la finalidad de que sus efectos salvíficos lleguen a todos y la Alianza tiene como destinataria a toda la humanidad.

       Y el corolario de todo esto es que mantener una visión restrictiva de la elección o de la Alianza es oponerse a su misma dinámica. Efectivamente, hay cosas antiguas, antiguas interpretaciones, que ya no tienen vigencia. Y los efectos criminales patentes, históricos, de querer aferrarse a tales interpretaciones superadas no hacen sino evidenciar que realmente han de ser abolidas esas interpretaciones. Y no digo que esas interpretaciones superadas sólo se den en el ámbito del judaísmo. Creo que una parte del conflicto actual reside en que judíos, musulmanes y también cristianos consideran sagrados los mismos lugares, o al menos lugares aledaños entre sí. Resulta que Jerusalén es una “ciudad santa de tres religiones”. Por supuesto que ninguno está dispuesto a renunciar, como los cristianos medievales pensaban que los Santos Lugares habían de ser controlados por ellos, como los musulmanes piensan que la mezquita de Al Aksa es lugar intocable pues allí estuvo su profeta. Es mucho más estimulante, y creo que más verdadera, la idea de que los “verdaderos adoradores” de Dios no precisan de un lugar concreto para realizar tal adoración. Sin embargo, han sido los seguidores de Jesús quienes han actuado demasiadas veces al margen de esta expresión de sabiduría de su Maestro.

                             (La imagen de arriba representa al profeta Ezequiel y corresponde al monumento
                                        a la Inmaculada en la Piazza di Spagna en Roma.) 

30 mayo, 2025

RELIGIÓN Y RELIGIONES

 






       ¿Se puede llegar a Dios sin una “religión” concreta? Creo que sí, pero es difícil.

      La palabra “religión” puede entenderse en un sentido amplio y natural, y también en un sentido concreto e histórico. En el primer sentido, religión significa “religación” o “dependencia”: sin dejar de ser individuos, estamos vinculados a la naturaleza, a los otros humanos, al fundamento divino de todo lo real. En el segundo sentido, hay diversas religiones, que han nacido y se han desarrollado en unas coordenadas espaciotemporales determinadas, que se han influido mutuamente, que han tomado préstamos unas de otras, que han luchado entre sí, que han tenido unas pretensiones de “verdad” las cuales han implicado la exclusión de las otras…

       Ceñirse a una sola religión y participar de esa dinámica según la cual he de encontrar la “religión verdadera” (permaneciendo en la que he nacido o cambiándome de religión si soy un converso) trae como consecuencia renunciar a mucha riqueza, la de las otras religiones, y exponerse a algunos errores que tal vez (sólo tal vez) otras tradiciones religiosas nos podrían ayudar a superar.

      Ir completamente solo en un proceso de búsqueda personal y oponiendo “espiritualidad” a “religión” –la “espiritualidad” sería buena y necesaria, la “religión” se identificaría con lo institucional y “dogmático”– también sería una penosa renuncia, pues implicaría perderse los resultados de la lucha de los siglos con sus logros sucesivos. Una tradición religiosa conlleva unas exclusiones, pero, antes de eso, es una riqueza acumulada. Es la Gracia de Dios en acción, la Gracia que se solidifica en unas prácticas y en unas doctrinas. (Es verdad que la “solidificación” degenera muchas veces en “petrificación”). Pero entiendo que prescindir de ello redundaría en una pobreza de la persona y no podría sino hacer caer a esa persona en la autosuficiencia, que es precisamente la negación de la religión en el sentido primario que antes señalamos.

       Así que lo más prudente es permanecer en la propia tradición y estar a la vez atentos a todos los signos que aparecen en otras para poder ampliar, aquilatar y mejorar la propia visión.

24 mayo, 2025

PUENTE MILVIO






 


       La batalla del Puente Milvio se inscribe en el marco de las luchas entre los sucesores de Diocleciano y de Maximiano, quienes se repartían el mando del Imperio desde los años 80 del siglo III. Diocleciano había establecido un nuevo régimen político que los historiadores han llamado Tetrarquía. Él era Augusto de Oriente y Maximiano lo era de Occidente. Según lo establecido, cada diez años, los Augustos habían de ceder el poder a sus sucesores, llamados Césares. Desde 293, Constancio Cloro era César en Occidente y Galerio lo era de Oriente, de modo que hasta cuatro dirigentes compartían el poder (de ahí el nombre de Tetrarquía). Entre 303 y 304 se dieron cuatro sucesivos edictos de persecución contra los cristianos, instigados fundamentalmente por Galerio. 

       En 305 llegó el momento del relevo. Diocleciano y Maximiano habían de retirarse de la política (cosa entonces inaudita) y ceder el puesto de Augusto a los respectivos Césares, quienes habían de nombrar a otros Césares, sus futuros sucesores. Fueron designados Severo en Occidente y Maximino Daya en Oriente. Pero el sistema como tal se derrumbó por la ambición personal de los que lo detentaban. Constancio Cloro murió ya en el año 306 y sus legiones proclamaron al hijo de éste, Constantino, como su legítimo emperador. Tampoco se conformó Majencio, hijo de Maximiano, ni siquiera el mismo Maximiano, que por lo visto echaba de menos el poder. Como alianza política, se fraguó el matrimonio, en 307, de Constantino con Fausta, hermana de Majencio. No obstante, el enfrentamiento entre ambos (que hoy llamaríamos "cuñados") fue acreciéndose con los años, hasta llegar al año 312. Majencio dominaba entonces la ciudad de Roma. 

       Las legiones de Constantino venían por el norte, por la Vía Flaminia. Llevaban dibujado en sus escudos el crismón, un signo que hacía referencia a Cristo, según una visión que habría tenido Constantino que le aseguraba la victoria (HOC SIGNO VINCES, "Con este signo vencerás"). Una parte del ejército de Majencio, como él mismo, pereció al ser los soldados arrinconados en la orilla norte del río (donde yo me encontraba al hacer la grabación). No pudiendo resistir, fueron empujados al agua. Constantino entró victorioso en Roma y a partir de entonces fue ya el único dominador de Occidente (Severo había muerto en 307 y Maximiano en 310). En Oriente el hombre fuerte, en 312, era Licinio, quien también había tenido que eliminar pacientemente a todos sus enemigos... 

       Constantino y Licinio se encontraron en Milán en la primavera del 313. El llamado "edicto de Milán" amplió la tolerancia hacia los cristianos que ya había sido establecida por Galerio, obligado por el fracaso de sus medidas persecutorias, en el 311, días antes de su muerte. La colaboración entre Constantino y Licinio se prolongó hasta el año 324, en que se produjo el enfrentamiento entre ambos, resuelto igualmente en una batalla, la de Crisópolis, en la que resultó vencedor Constantino. Constantino, ya dueño absoluto del Imperio, fundó una nueva capital sobre la antigua colonia griega de Bizancio, y le dio su nombre, Constantinopla. Constantino murió en 337, pocos días después de haber sido bautizado. Repartió de nuevo el Imperio entre sus hijos.

19 abril, 2025

FOSAS ARDEATINAS


 


                                                            


 




       En las inmediaciones de Roma se encuentra este mausoleo dedicado a las víctimas de la masacre sucedida allí el 24 de marzo de 1944, como una represalia ordenada por Hitler al atentado del día anterior en que murieron 33 soldados del regimiento Bozen perteneciente a la Ordnungspolizei. Por cierto que la consigna fue matar a 10 italianos por cada alemán muerto, ¡no uno por cada uno!, como equivocadamente digo en la locución del vídeo. Si hubiera sido así, habría sido el cumplimiento estricto de la antigua Ley del Talión, "ojo por ojo y diente por diente", la cual, en la época remota en que fue promulgada resultaba un avance humanitario. Significaba, efectivamente, una limitación en el ansia de venganza propia de los humanos. Pero aquí, para vergüenza de la humanidad, se ejemplificó nuestra barbarie innata. 
       En cuanto a cómo han tratado los italianos el tema, a cómo han reaccionado intentando establecer un recuerdo y dignificación de las víctimas, sólo cabe congratularse por ello. Y la lección que deberíamos aprender los españoles queda ahí.

09 febrero, 2025

EN PLAN... PERDONA, NO TE ESCUCHO





 

   

       Ahora se oye mucho entre los jóvenes la expresión “en plan”, que en sí no tiene apenas significado, si bien uno comprende que es una derivación apocopada de “en plan de”, perífrasis preposicional que equivalía a decir que uno actúa “a la manera de…”. Así, por ejemplo, ir “en plan de padre” es mostrarse como si uno lo fuera. De todos modos, ahora, lo de “en plan” ha quedado como muletilla, como simple apoyo de la conversación, sin valor semántico real. La prueba que se puede hacer es eliminar en una locución coloquial todos los “en plan” y comprobar que el contenido queda igual. El “en plan” no añade nada…

       De todos modos, no lo critico. Utilizamos las muletillas en la expresión oral ordinaria. Es normal y casi necesario, aunque ya se comprende que no hay que abusar de ellas, si queremos dar a nuestro hablar una mayor precisión y también riqueza. En cambio, hay otros dos usos del lenguaje actual que sí me preocupan, porque entiendo afectan a temas de contenido, temas que no dudaría en calificar de esenciales desde el punto de vista de la convivencia social. Me parecen auténticas degeneraciones del lenguaje. Porque no siempre el lenguaje evoluciona hacia lo mejor. Se trata de dos desplazamientos de significado: el uso de “perdona” como simple medio de llamar la atención de alguien y el uso de “escuchar” con el significado de “oír”.

       El “perdón” es algo que se pide tras una “ofensa” y que se concede por el ofendido, o a veces no. Es algo muy serio. Cuesta mucho pedir perdón y cuesta mucho perdonar. Ahora bien, ambas cosas forman parte de la convivencia sana entre las personas. Donde hay relación entre las personas, por la falibilidad humana, hay necesidad de perdón. A veces del perdón se trata también a un nivel político, cuando ha habido casos de terrorismo o de represión estatal que han causado muchas víctimas y mucho sufrimiento. Si no estoy equivocado, también el “perdón” es una figura con relevancia jurídica, pues en determinados delitos, el “pedir perdón” posteriormente a la comisión podría tener como consecuencia una reducción de la pena, un indulto, etc. Entonces mi pregunta es: ante esta calificación de asunto antropológicamente importante, cómo puede ser que el “perdona” se use para dirigirse a una persona por la calle o a un camarero para pedirle un salero. A una persona a quien voy a preguntarle algo, en principio, no tengo que pedirle perdón por ello, pues como humano que es puedo presuponer que se alegra por entablar un contacto con otro humano. ¿O no? Una pregunta surge: ¿Podría pensarse que el pedir perdón simplemente por dirigirse a una persona sería un síntoma del empecinado individualismo en que nos encontramos, individualismo que nos llevaría a considerar inconscientemente que dirigirle la palabra es molestarle? Yo creo que preguntar algo o incluso comentar algo a un desconocido no es molestarle, en principio. A no ser que la otra persona esté ocupada en algo, por ejemplo, en una conversación con otra, en cuyo caso, ciertamente, estoy interrumpiendo… Y en tal caso sí tiene sentido pedir una “disculpa”, en cuanto puede producirse una molestia. Tal cosa se permitiría cuando yo tengo una necesidad de preguntar y no hay otra persona disponible para ayudarme. Y ¿por qué habría de decir “perdona” a un camarero o a un funcionario cuando lo que le pido es algo que le corresponde dar precisamente por el puesto en el que se encuentra? Otra cosa sería, para introducir la conversación, decir “por favor”, pues, aunque la otra persona esté obligada por su puesto a hacer determinada cosa, el “por favor” nos introduce en la vivencia de que los humanos nos ayudamos unos a otros, nos hacemos un don mutuo, fuera del trabajo y en el trabajo también. Y por eso mismo es importante, además, dar “gracias” siempre. En cambio, en estos contextos ordinarios, el “perdona” está fuera de lugar. ¿No será mejor dejarlo, con exclusividad, para esas ocasiones en que hacemos mal las cosas y eso afecta a los demás, lo que ocurre, por cierto, también con frecuencia?

       El peligro es que si el “perdona” se extiende para cualquier uso, se vulgariza en este sentido, pierde entonces su valor originario, ese valor tan precioso. Se me dirá tal vez que no habría que darle tanta importancia, que cada palabra de nuestro lenguaje tiene una serie de acepciones de significado, unas más estrictas y otras desviadas en cuanto aquél se refiere a otro campo más específico, o se le da un uso metafórico. Casi todas las palabras de una lengua son así, ciertamente. Pero no conviene que las más importantes, como ésta, se usen para cosas demasiado diversas. Si uno está acostumbrado a decir “perdona” como muletilla, ¿qué habrá de decir cuando realmente haya de pedir perdón? Pues tendrá que usar muchas palabras para expresar lo que esta vez, por una excepción, quiere decir con “perdón” … Me acuerdo de aquella profunda canción que tenía como estribillo “una palabra basta si es perdón”. Esta frase está suponiendo que, en una situación difícil de superar, decir “perdón”, por lo que cuesta y por lo que implica de cambio personal cuando es sincera, es realmente eficaz, llega a la otra persona, a su corazón, para que ésta cambie su actitud y se libere del rencor, por ejemplo. Por eso digo que no se puede usar “perdón” para todo, porque entonces se trivializa, se devalúa.

       También se usa hoy “perdona”, inapropiadamente, como introducción de una réplica a alguien dentro de una conversación o discusión. Cuando alguien quiere contradecir en el sentido de exponer otra opinión empieza diciendo “perdona”, en ocasiones con un cierto tono irónico o de desprecio. “Perdona… pero esto no es así sino de tal otra manera…” La discusión argumentativa, en bastantes ocasiones, crea tensión en las personas, porque de hecho nos hiere la contradicción de una opinión a la que estamos apegados, o nos causa indignación aquella opinión que nosotros combatimos. Ahora bien, una contradicción argumentativa no es una ofensa… sino una contribución, si es un intento bienintencionado, a la verdad. En una discusión que tiene como marco esa búsqueda de la verdad, he de aceptar cualquier aportación de otra persona y, a la vez, he de aportar lo mío con valentía y simultáneamente con humildad, con desprendimiento. Así que esto no tiene que ver con pedir perdón ni con perdonar. A no ser que realmente uno pida perdón, anticipadamente, cuando tiene la intención, quizá subconsciente, de humillar al otro. Pero una petición de perdón anticipada a una ofensa que se profiere es una mayúscula contradicción lógica. Se puede pedir perdón cuando uno se da cuenta, posteriormente, del daño infligido. Eso es lo normal. Pero es mucho más grave cuando uno, con plena consciencia, en el mismo momento, realiza una ofensa. Y en este caso, la misma expresión “perdona” con la que se introduce la ofensa forma parte de la ofensa. También puede uno arrepentirse después, por supuesto, pero de lo que se arrepentirá será ya de una ofensa deliberada, no de una ofensa involuntaria.

       Y no voy a comentar ya mucho ese otro uso de “perdona” que llega a extremos adulterinos. Me refiero a esos casos en que antecede a los peores insultos dirigidos contra las personas: “perdona, pero eres un …”. O a esos casos en que el “perdona”, incluso, antecede a un acto criminal. En estos casos predomina la ironía, una ironía que se lleva a extremos deleznables, repulsivos. La palabra “perdona” significaría ya lo contrario de aquello para lo que fue creada. Deja de ser expresión de amor o un reconocimiento de la dignidad del otro, para convertirse en manifestación del odio.

       Y paso ya al segundo caso que me preocupa: confundir “escuchar” con “oír”. Esta diferencia se da en todas las lenguas (o al menos en las más conocidas, las de nuestro entorno) y creo que es también esencial. En modo alguno son términos intercambiables. La diferencia que se da entre “oír” y “escuchar”, en el ámbito del oído, es la misma que se da entre el “ver” y el “mirar” en el ámbito de la vista. La diferencia, en ambos casos, implica ascender un grado en una escala, la que va entre el mero ejercicio pasivo de ese sentido fisiológico que simplemente funciona y su uso voluntario, intencional y concentrado. Nótese que tal gradación no se da en los verbos que se refieren a los otros tres sentidos corporales. En cuanto al sentido del olfato, sí hay en español una diferencia entre el “oler” como mera recepción y el “oler” como ejercicio intencional con vistas a captar algo que está en el aire. Pero la palabra es la misma, lo que indica que no es tan relevante la diferencia como para establecer dos palabras diferentes. Los verbos que se refieren a los otros dos sentidos serían “tocar” y “gustar”. También en ellos se podría distinguir, en su ejercicio real, cuándo es involuntario y cuándo voluntario. Pero, de nuevo, ese doble uso no es tan decisivo ni tan frecuente como para que sea necesario sostener dos términos. En cambio, los sentidos de la vista y del oído son los más importantes en cuanto fundamentan la parte abrumadoramente mayor de nuestro “conocimiento” del mundo. Son los que más nos abren al mundo y los que más nos impiden o dificultan ese acceso al mundo en el caso de que no funcionen bien. La “observación” en que se basa el conocimiento se apoya en buena parte en la vista y la transmisión de ese conocimiento mediante el lenguaje tiene que ver también con el oído, además de la vista que se utiliza para leer. Por eso en estos dos sentidos es mucho más relevante la distinción entre su uso pasivo, normal e indiferenciado y su uso voluntario y focalizado.

       Si voy por la calle “veo” muchas cosas, y de un modo continuo, porque tengo los ojos abiertos. Ahora bien, sólo “miro” aquello que me interesa, aquello en lo que me detengo, aunque sea un segundo: un escaparate, una persona con un aspecto extraño o por el contrario atrayente, una persona que conozco y cuya atención quiero captar, etc. De un modo paralelo, “oigo” muchas cosas, cosas que no puedo dejar de oír porque no tengo los oídos obstruidos. Pero sólo “escucho” aquello que me interesa: un canto de pájaros que me llama la atención y aguzo el oído para identificar de qué ave se trata, unos altavoces que lanzan un mensaje que también quiero identificar, una persona que se dirige a mí y me habla. Que también pudiera darse el caso de que fuera una persona que conozco y de quien rehúyo el contacto: en ese caso “no lo escucho” porque no quiero, y sigo mi camino. Si llevo puestos unos auriculares es porque quiero “escuchar música” y mi voluntad es centrarme en eso, lo que implica que no quiero “oír” nada más, para mejor concentrarme. En conclusión, con todas las limitaciones de nuestra voluntad y de nuestra atención, el “escuchar” (como el “mirar”) es algo que yo ejerzo, mientras que el “oír” (como el “ver”) es algo que me viene.

       Y ahora se ha extendido la costumbre de decir “escuchar” en lugar de “ver”. Quizá en el fondo se está considerando que “escuchar” es un término más culto, más fino o sofisticado, mientras que “oír” es más vulgar u ordinario. Más “ordinario” sí es, en el sentido que acabamos de referir, en cuanto que su ámbito de acción es más amplio, más general, más indistinto. Pero el problema no es ése: no se trata de una diferencia de nivel sociolingüístico en el uso del lenguaje sino de una distinción semántica entre dos términos que no hay que confundir. “Escuchar” es una acción importante para la persona. En definitiva, según aquello que escuche así iré formando mi personalidad, así iré construyendo mi vida. Alguien con personalidad, con una idea clara de lo que quiere hacer de su vida, sabe que, no teniendo todo el tiempo, sólo puede escuchar determinadas cosas, aquellas que decide previamente. Por eso es inapropiado usarla para simplemente expresar que la onda acústica llega a mi tímpano. “No te escucho” – se dice a veces cuando alguien tiene dificultad en saber lo que el otro le dice por teléfono o cuando el otro habla demasiado bajo. Ahora bien, eso es una cuestión de “oír” o “no oír”. Más tarde, si la audición se realiza normalmente, podrá ocurrir que mi escucha de esa persona sea mejor o peor. Si no pongo interés, si no me importa esa persona, entonces sí se puede decir que no la “escucho” realmente. Y la otra persona podrá quejarse de ello diciendo “no me estás escuchando”, y eso es un claro síntoma de deterioro de una relación humana. Muchas esposas, por ejemplo, amonestan a sus maridos por su falta de “escucha”, que es en el fondo un déficit de amor. Es verdad que yo escucho lo que me interesa y escucho a quien amo.

       Con todo esto abandonamos el campo de la fisiología (campo en el que se sitúan los hoy muy abundantes centros auditivos) y estamos entrando ya en el terreno de la ética, al hablar de “interés” y de “amor”, lo que equivale a hablar de preferencias y de elecciones personales. Creo que no hace falta insistir mucho en que la “escucha” o “atención” es importante en la sociedad. ¿O sí hay que insistir, dada la carencia de la misma? Tendríamos que escucharnos mejor los amigos, los miembros de una familia, unos partidos con otros, aquellos que participan de diferentes visiones del mundo, etc. Si escucho al otro es porque estoy convencido de su valor intrínseco y de que tiene algo que aportarme. Si no lo escucho estoy tratándolo como una cosa sin dignidad. Cuando hay ese reconocimiento de la dignidad y hay amor, entonces es posible –pasamos ahora a la otra palabra– un perdón, un perdón que se pide y que se da. Una persona egoísta y autosuficiente ni escucha, ni pide perdón ni perdona. Así que nos encontramos aquí con dos elementos esenciales en una sociedad bien constituida.

       Es por eso que mi reivindicación se refiere a no contaminar palabras tan importantes, es decir, reservarlas para aquello tan esencial para lo que han sido creadas. A veces pienso que, si hoy en día se están devaluando estas palabras en su uso, ello se hace por disimular su verdadero significado, porque quizá se está olvidando ese significado, porque no se está dispuesto a comprometerse con ellas. Reconozco que tal vez esta interpretación es exagerada, demasiado acomodaticia a mis concepciones previas… Pero sí hay que recordar al menos la importancia, la eficacia de nuestro lenguaje. Las palabras, en cuanto signos y como otro tipo de signos, no sólo expresan el interior, sino que también lo configuran, influyen en él. ¿Estoy diciendo que el tener bien claro lo que es “escuchar” y lo que es “perdonar” y acomodar el propio lenguaje a ello, contribuye a vivir más la escucha y el perdón? Sí, eso estoy sugiriendo. Porque de la abundancia del corazón habla la boca y porque, viceversa, una boca bien formada, como un constante goteo, reconfigura, va transformando, el corazón. Es un círculo virtuoso.

24 enero, 2025

Catedral San Esteban, Viena (Austria)

                       


                     




       La catedral de Viena es una de las más destacadas de Europa. Se cumple en ella la norma general de que en el mismo lugar sagrado se van levantando sucesivamente edificios que pertenecen a estilos artísticos diferentes, conservando a veces el nuevo edificio partes del anterior. Esta norma de continuidad del espacio sagrado ha tenido una aplicación aún más afilada cuando el mismo edificio, con más o menos modificaciones, ha servido para el culto de una comunidad religiosa distinta: iglesias que se han convertido en mezquitas, mezquitas que se han convertido en iglesias, templos paganos que se han adoptado como templos cristianos o musulmanes. El caso es que sobre la catedral de Viena podría haberse dado una circunstancia semejante. Esta hermosa ciudad tiene la particularidad histórica de que al menos en dos ocasiones ha estado a punto de caer bajo el dominio turco. Se habla de los dos sitios de Viena, que tuvieron lugar en 1529 y en 1683. En ambos casos, diferentes países europeos prestaron su ayuda militar a los gobernantes Habsburgo de la ciudad. Tras la derrota de los turcos en 1683, se inició la decadencia de su imperio, que sólo iría perdiendo ya territorios en Europa y en otros lugares.

       Puede uno imaginar tal vez qué habría pasado con la catedral de Viena en el caso de haberse consumado el pretendido dominio turco, y por tanto musulmán, sobre el país. Una iglesia emblemática como Santa Sofía de Constantinopla fue adaptada como mezquita. Tal vez en el caso de cambiar los dominadores de la ciudad se habría permitido la continuación del culto cristiano en el edificio, pues los turcos no se caracterizaron por suprimir necesariamente otros cultos que no fueran musulmanes. De todos modos, la belleza de los templos, sean de la denominación que sean, tendría que ser para todos un lugar de encuentro, pues la belleza es uno de los “trascendentales” del ser y siempre nos puede conducir, si estamos espiritualmente dispuestos, hacia lo “trascendente”, valga el juego de palabras.

12 enero, 2025

REINADO SOCIAL DEL CORAZÓN DE CRISTO

                                                              






       Me encontré esta preciosa imagen del Sagrado Corazón de Jesús en una iglesia de Puerto de la Cruz, en Tenerife. El Sagrado Corazón de Jesús es una imagen simbólica del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo. Siendo amor de Dios, es infinito. Y, siendo el amor de un ser humano, sufre - como sufren nuestros corazones humanos - por la falta de correspondencia, sufre por los desprecios, sufre por las injusticias infligidas a aquellos con los que se identifica, los más pobres. De modo que el Sagrado Corazón es la máxima expresión de humanismo. E insisto en que las ofensas más graves no son las de aquellos que fusilan una estatua suya (como en el Cerro de los Ángeles en 1936) o las de aquellos que sacan de contexto el icono para burlarse de otras personas, como hemos visto recientemente en Televisión Española. Las más graves suceden cuando se conculca la dignidad de los más débiles, de tantas maneras como se hace (que siempre habrá una u otra ideología que justifique una u otra de esas ofensas).

       Efectivamente, el Papa Francisco ha explicado en su reciente encíclica Dilexit nos (octubre de 2024), la historia, la esencia y las implicaciones de esta devoción al Sagrado Corazón, tan querida para muchos cristianos. En uno de sus epígrafes (párrafos 182-184) presenta el “Sentido social de la reparación al Corazón de Cristo” en una línea que ya había iniciado Juan Pablo II y que, en su momento, también a mí me llamó la atención. Esa perspectiva -creo que una aportación novedosa del papa polaco- se refiere a que los pecados acumulados de los hombres se convierten en “estructuras de pecado”, que son las que las nuevas generaciones se encuentran sin haberlas buscado, aunque no dejen de contribuir de hecho a su mantenimiento. Todos los pecados que alimentan una injusticia social ofenden a Cristo. Esto tiene como consecuencia que la “reparación” de esos pecados, que sufrimos a la vez que somos colaboradores de ellos, tiene, además de la interior, una vertiente externa. Esta vertiente externa, necesaria, está constituida por todas aquellas acciones comprometidas que contribuyen a lo contrario de la injusticia, aquellas que contribuyen a restaurar la justicia. Es decir, que “reparar” el Corazón de Cristo es también, y sobre todo, la lucha por un mundo mejor y la atención a los necesitados. Es importante decir esto, para que no identifiquemos esta visión de la espiritualidad con posiciones demasiado contemplativas y ajenas a toda preocupación social, por no decir posiciones conservadoras, nacionalistas y reaccionarias, esas posiciones a las que de hecho ha sido asociado en ocasiones el Sagrado Corazón.

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