El pasado jueves tuve el gusto de presenciar en un cine, mediante emisión en diferido, la archiconocida opera Carmen, de Georges Bizet, con libreto basado en una pequeña novela del romántico Prosper Mérimée. La representación había tenido lugar este mismo año en la Ópera Real de Versalles. Dejando a un lado ahora lo maravilloso de la música, si nos fijamos en los contenidos, esta ópera resulta hoy en día impactante por la concentración en ella de varios temas de lo que en nuestro tiempo resulta políticamente incorrecto: además de exaltarse la fiesta de los toros y de presentarse un grupo de mujeres que fuman habanos sin pudor, el argumento encuentra su conclusión lógica en un crimen de lo que normalmente se llama “violencia de género”, lo que antes se decía “crimen pasional”. Si no estoy equivocado, alguien ha propuesto cambiar el final, para evitarnos presenciar la representación de algo que es frecuente en la vida real y que provoca nuestra repulsa y nuestro horror.
Desde mi visión – cada obra tiene tantas lecturas como personas que la leen – hay algo que se muestra en la obra y que se desarrolla en ella con una progresión bastante lógica, hasta concluir en el luctuoso desenlace. Lo que se presenta es el amor romántico. Hay en particular un aria que lo describe de un modo admirable: la alegre habanera L’amour est un oiseau rebelle, del primer acto. Según la letra de esta pieza, el amor es un capricho del alma, algo indisponible, incontrolable, que te atrapa cuando quiere y que basta que lo busques para no obtenerlo, algo que rompe cualquier previsión o plan. Creo que la descripción es buena, de hecho, genial. Como el sexo y la inclinación hacia él, el “amor” es otra tendencia fuerte, algo que nos puede suceder, que puede causar placer, cuando es correspondido, y mucho dolor cuando es rechazado. El amor, este amor, forma parte de lo que la filosofía moral tradicional ha llamado las “pasiones”. Si es una pasión es buena en cuanto tendencia, pero se trata de una tendencia que hay que controlar por la instancia superior, que es la razón. Es algo que hay que dirigir, distanciándose hasta cierto punto de ello, algo que en ningún caso podría dirigir u orientar. Un ser racional puede tener en cuenta el amor, manejarlo, pero en ningún caso dejarse llevar por él, pues se trata de una corriente que arrastra. Es una fuerza que, ciertamente, conviene utilizar, para fines superiores, pero en ningún caso se le debe conceder la prerrogativa de llevar el control. Esto sería el fracaso de la persona.
Y creo que aquí está el error de muchos y sobre todo de muchas, influenciadas por la ideología romántica: pensar que el amor es superior al sexo y que lo justifica, como si el sexo necesitara una justificación y como si el amor fuera lo que puede dar un sentido a lo que sería inferior. Había una persona que decía –muchas lo dicen– que “el sexo sin amor no tiene sentido”. La respuesta que se da a esta frase en El Profeta de Khalil Gibran es la siguiente: Claro que sí, el sexo sin amor no tiene sentido, como nada en realidad tiene sentido sin amor… Evidentemente, se está refiriendo al “amor” en otra acepción del término: el amor como donación, como generosidad, el amor “agape”, no sólo distinto sino incluso contrario al amor “eros”. Ésta sí es una instancia superior que lo justifica todo, que lo dignifica y plenifica todo. Pero el amor “eros” es una pasión, algo que viene y que se siente, sin la participación de la voluntad. Así como el sexo consiste en una inclinación al placer fisiológico relacionado con la generación, el amor – el amor “eros” – es fundamentalmente una inclinación a poseer al otro, aunque se disfrace de deseo de ser poseído. Como el sexo, es una fuerza de enorme magnitud, pero es una fuerza ciega, que necesita ser dominada. Ahora bien, cuando domina a la persona, a lo que contribuye es precisamente a su “despersonalización” y ese alabado “amor” se convierte en fuerza destructiva, como vemos ejemplificado en el argumento de la ópera que estamos comentando.
La mentalidad romántica, que influye de hecho en tantas conciencias, no es una tontería que pueda ser contemplada con una condescendiente sonrisa. Es más bien una ideología que ha de ser desmontada y denunciada. La ideología romántica es necia y es criminal. Es necia porque se basa en concepciones falsas de la naturaleza humana. Es criminal por sus derivaciones prácticas violentas (“la maté porque era mía”). En otros lugares he descrito ya lo que implica esta mentalidad, sus tres graves errores, lo que he llamado el “complejo CAP”: cordialismo, absolutismo y pauperismo. El “cordialismo” implica la creencia de que el corazón puede dar orientación a la vida. Pero el corazón es voluble por naturaleza, es un “pájaro rebelde”, como señala la famosa habanera de Carmen. Si caes en el amor, “to fall in love” en inglés, ten cuidado, “prends garde à toi”. Llamo “absolutismo” a ese planteamiento de máximos según el cual a la otra persona, hombre o mujer, le entrego todo o se lo niego todo. El que entrega todo, lo quiere todo a cambio, y cuando no lo tiene, empieza a rehusarlo todo. Es decir, pasa del amor que se cree absoluto al odio absoluto, como el pobre don José de la ópera. En cambio, en una visión racional y equilibrada, con las otras personas puedo entablar relaciones basadas en un contrato, que es un intercambio de bienes, de bienes concretos y limitados, establecidos por la voluntad consciente de ambos contrayentes. Y cuando hablo de “pauperismo” me refiero a la pobreza de esas personas que, faltas de ideas y de objetivos, vacías por tanto, necesitan a alguien para dar un “sentido” a su vida. Pero, desde la racionalidad, uno puede entablar relaciones de amistad o de pareja desde su propia personalidad y legítimos intereses. Entonces, la amistad o la pareja se convierten en una ocasión para la ayuda mutua, para el enriquecimiento mutuo, siendo cada uno el que es. (Por cierto, que el sexo es una de las cosas que dos personas se dan mutuamente…) Pero el “sentido” se lo da cada uno a sí mismo. No podemos ser “medias naranjas” que buscan desesperadamente otra “media naranja” para completarse. Tales personas buscan la felicidad fuera de sí mismas, lo que equivale a decir que están condenadas a no encontrarla. Insisto en que uno puede ser inteligente y autónomo moralmente y a la vez entablar precavidas relaciones con los demás. Sin anular el “yo” se puede realmente crear un “nosotros”, a otro nivel.
He visto que hay muchas mujeres que ponen su esfuerzo en encontrar a “alguien especial”, que “creen en el amor”, con lo que están descuidando la construcción de su propia personalidad, aquella que precisamente les permitiría, si la tuvieran, ser más atractivas. Estas mismas son las que, acumulando fracasos, despreciando lo posible por atenerse a un ideal falso, desprecian igualmente a los hombres “que siempre están buscando lo mismo”. Y cuanto más desprecian, aplicando el consabido prejuicio, más se incapacitan para encontrar… Se equivocan de lucha.